miércoles, 2 de marzo de 2011

LOS FANTASMAS DEL PUENTE VIEJO



LOS FANTASMAS DEL PUENTE VIEJO

Por, Clenardo Zepeda Cortés

Tengo el presentimiento de que los que lean esta historia, me tratarán de fantasioso e insurgente que infunde el miedo en su relato. Acepto las críticas y lo que piensen al inicio de estos dos reglones, por lo demás, no soy el único insurgente que atestigua ante la justicia y dice aberraciones a fin de indultarse. No es mi caso, y no pretendo  ver más allá de lo que algunos amigos de Combarbalá pueden atestiguar, y de ello doy fe a ciegas. Y si no lo quieres creer acércate el primero de noviembre del año presente y verás cómo se comporta el gentío en torno al Puente Viejo.

Yo participé expectante, de una historia que por bochorno es incontable, para mi persona, para mi enamorada y muchos otros fulanos. Pero el amor furtivo y la falsedad de los comentarios queda afuera del misterio y, el mismo misterio es una vacanada respecto a lo vivido en aquella noche del viernes 11 de noviembre del 1910.

Es necesario precisar lo del Puente Viejo; se trata del Puente de madera que une al pueblo de Combarbalá con el cementerio parroquial ubicado al otro lado del río, en la ribera norte. El Puente sortea el río y permite la prolongación de la Calle de La Unión con el viejo camino que conduce a los campos del Algarrobal… Se trata de una estructura centenaria de maderos, de no más de ciento cincuenta pies de longitud. Arrasada por la corriente varias veces y repuesto en otras tantas a través de su existencia. En esta oportunidad, después de la última crecida destructora del río, se reconstruyó con el apoyo de técnicos de la empresa contratista que construía el Ferrocarril del Norte. En efecto, la compañía “The Howard Syndicate Limited” fue contratada en mayo del mismo año, para la construcción y explotación del tramo entre Cabildo y Copiapó. Esta, inicia con rapidez la construcción del tramo correspondiente al departamento de Combarbalá y, siendo yo empleado de esta firma, me comisionaron directamente a cargo de la faena del Puente.

En la reconstrucción del Puente Viejo, empleamos técnicas y materiales ferroviarios; como las alturas de gálibos y anchos reglamentarios; los pilotes de rieles en sus fundaciones y accesos; las vigas y el rodado de madera de roble. Lo que permitió el paso de carretas de carga, coches, carruajes y carrozas mortuorias en plenas crecidas del río, tanto en invierno como en los deshielos de noviembre.

Ya iniciado los trabajos, muy pronto comprendí la gran necesidad del puente para la comunidad; cuando presencié el traslado de los difuntos al cementerio y el trajín de parroquianos a visitar sus muertos. Pero más tarde, mis conjeturas me dieron la razón, del por qué el gran interés y ayuda de la empresa del ferrocarril con esta causa. Y no podía ser de otra manera, puesto que directa o indirectamente aportaron al cementerio sobre una decena de difuntos anónimos, sin identificación y sin deudos que reclamasen sus cuerpos.

Los fantasmas de la memoria, que rondaban en las mentes de los carrilanos que obraban en esta obra, les daban cuenta de las víctimas caídas por las condiciones laborales y la peligrosidad de los trabajos ferroviarios. Conciencia fantasmal e imborrable que no nos deja al margen y, sucumbimos en la memoria del recuerdo. Por citar un caso, entre tantos; hace cincuenta años atrás en la construcción del Ferrocarril de Valparaíso a Santiago, más de un centenar de obreros murieron en los túneles: Punta Gruesa, Las Cucharas, Centinela, Los Maquis y Los Loros. En donde, por las condiciones abruptas no había lugar a sepultura de mortaja y responso. Se improvisaba una angarilla en la cual se ponía el cadáver desnudo y con una brocha se alquitranaba completamente y de allí a una fosa adyacente a la línea férrea.  

Como les comenté anteriormente, me encomendaron esta obra pequeña, de menor importancia para la envergadura de los trabajos del ferrocarril. Quizás, por ser un profesional recién titulado de la escuela y muy novato para la empresa del ferrocarril. Lo que  me valió para desarrollarme con total independencia y, teniendo la libertad para contratar las personas que trabajarían conmigo, me arrimé a una buena cuadrilla de combarbalinos, quienes me apoyaron lealmente y confraternizaron hasta el punto de una profunda amistad.

A los primeros días transcurridos, los trabajadores me mostraron el día y las noches pueblerinas, llevándome a diferentes puntos de encuentros sociales, presentándome sus habitantes desde el tendero al banquero y al cabo de pocos días ya formaba parte de la fauna nocturna. Conocí algunos clubs sociales y obreros en donde las tertulias el juego y los bailes andaban a la orden del día. Parecía que las celebraciones del Centenario de la Patria se habían prolongado y estaban más latentes que nunca. Aquello, me resultaba familiar e interesante y aunque un poco diferente a mi natal Valparaíso, me sentía cómodo, y en mi afán por conocer, además del teatro ubicado en la Calle del Comercio, frecuenté cantinas y pensiones jolgorientas en donde los potrillos de vinos escanciaban más rápido que el mismo juego de cachos.

En estos lugares descritos, se encontraban más afuerinos que gente del pueblo y, en su mayoría relacionados a los trabajos del ferrocarril. La fauna humana era diversa, de cesantes a variados y desconocidos oficios, individuos engendrados en distintas etnias; indios originarios, mestizos, criollos desvencijados, negros libres y hasta orientales rezagados de la Guerra del Pacífico se solían ver. Y para qué decir de la diversidad de bandoleros y maleantes que buscaban hacerse la América, a costa de los juegos de apuestas y de cristianos indefensos. Y con ellos, muchas mujeres alegres venían de otros lugares a prestar sus servicios a tanto hombre necesitado.

Me alojaba en los dormitorios comunes para solteros, en el campamento que disponía la empresa. La verdad es que los ronquidos, los olores y el desorden me aburrieron. Y, el mismo día que recibí mí primera paga decidí buscar un lugar más central e independiente.

Fue así como, salí por la tarde a buscar hospedaje a un conocido hotel de la calle Chacabuco esquina San Carlos, se encontraba repleto para mi suerte, pero no decliné en mi búsqueda y, después de tres días de recorrerla y de observar varias pensiones del centro que no me convencieron, por la razón de que los robos se suscitaban con la misma frecuencia que la llegada y salida de los hospedantes arrancados, pude resolver: decidí arrancharme en una “cantina” cercana a mi trabajo, a no más de dos cuadras del  Puente, al final de la Calle La Unión pasada la Avenida del Río.

En esa cantina me trataron muy bien, no éramos más de cinco alojados y sus dueños me agradecían haberlos elegidos, por lo que su atención a mi persona bordeaba en el exceso, la buena y fresca carne en conjunción con los vinos locales no podía ser mejor. En ese lugar fue propicio para conocer una diversidad de clientes acérrimos. Así, a medio día, a la hora de mi rancho y por las tardes me encontraba con una gama de comensales que en su mayoría solían ser deudos, veteranos en retirada y cumplidores del vicio, y otros, más jóvenes y chispeantes que por alguna razón, se relacionaban al cementerio o al Matadero Municipal el cual concentraba una buena cantidad de gente como de animales. En fin, todos ellos del pueblo. Quizás con el pretexto sacro de visitar a sus parientes, o simplemente escapar de los boliches céntricos atestados de afuerinos. Lo cierto es que, estos abuelos me saludaban amablemente y me invitaban como mínimo a una sangría para “quitar las penas”, frase que derivó posteriormente al nombre de una cantina arrabalera.

Muchos de los solícitos amigos mencionados, cuando ya la borrachera les tocaba la mente y una inexplicable seriedad y miedo los poseía en su aura, me contaban increíbles historias de fantasmas, duendes y apariciones. Y, cuando la conversación entraba al misterio indescifrable, nerviosos y parsimoniosamente emprendían la retirada para guardarse tempranamente en sus hogares. Ya sea por miedo a los fantasmas, a la curda o a los retos de la casa. Es algo que no podré dilucidar, mientras el misterio persista.

En forma locuaz e histriónicamente narraban las visiones, persignándose y jurando con tal convencimiento de la verdad, de haber visto muchas almas en pena, que al atardecer, abandonaban el cementerio y cruzando el Puente volvían al pueblo a deambular buscando a los responsables para cobrar las cosas pendientes y, otras tantas, no lograban cerrar su ciclo terrenal y en las noches como cualquier zombi acechan en las oscuridades.  Y, desde que llegó gente atraída por el ferrocarril, las apariciones aumentaron.

Así comentaban: …También con el tren, ha aumentado mucho la cantidad de muertos, en accidentes o por riñas; en las cantinas, en los campamentos, en las canteras y hasta en la mismísima línea a punta de picota se han matado y los han enterrado en los mismos desmontes sin ser reclamados por nadie. – Contaban. –«Como los enterrados en el túnel El Espino, y los desaparecidos por las explosiones de pólvora»…  –«…y desde la llegada del famoso tren la gente debió acostarse temprano, cargar revolver y andar bien santiguado por los fantasmas». –«…pero si el curita se hace el desentendido con las ánimas, a pesar de las confesiones y ruegos de los feligreses», –«¡Es cierto compadre!, se le ha visto en misas y festejos con los futres Ingleses del ferrocarril y con hacendados testaferros del Clero»…

Naturalmente, fueron muchos los afuerinos; ladrones y bandidos que se aprovecharon del gran temor que las ánimas y fantasmas imponían a los nocturnos transeúntes para asaltarlos disfrazados de tales.

Mientras día a día trabajábamos en el Puente, los obreros no paraban de contarme leyendas de Combarbalá…, en donde las apariciones, penaduras y almas en vida, rondaban el cementerio y al Puente Viejo. Y este último, era el punto de la despedida al pueblo y la entrada al campo sacro. Alguien comento: –«en antaño, lo adornaban con arcos de flores cuando la víctima era un angelito, y cuando son muertes precitadas y sus almas no quieren irse, ellas se niegan a cruzar este Puente, se devuelven y deambulan sobre él»… Entonces, un vaho de misterio invadió mi alma y esa noche divagué profundamente sobre fantasmas. Y, en mis divagaciones, cada vez las historias contadas sobre los espíritus cobraban sentido, y a decir verdad; Combarbalá incásico en principio tenía sus dioses, luego en la conquista los españoles trajeron junto a sus refulgentes armaduras los fantasmas y duendes los que fueron parte de la cultura del pueblo. No suficiente con éstos, además trajeron ánimas y aparecidos que en la imaginación popular, la superstición y la ignorancia habían creado en la Península desde épocas inmemoriales. No obstante todo ello, para mí, lo de los espíritus sí tiene sentido y para cualquier persona normal creo que entra en duda sobre sus existencias.

Era un día cualquiera, al iniciar la jornada de trabajo, pasaban unos panteoneros sobre un improvisado tablón que habíamos habilitado sobre la corriente del agua, me atreví a preguntarles; de donde venían tan temprano y uno me dijo: –«¿de dónde va ser don Míster?, ¡pues de enterrar a un difunto!», –¿y quién era?, –«¿no tengo idea patroncito?», –«sólo sé que es otro más del ferrocarril y ya la fosa común está quedando chica»…  Luego me comentó; que los enterraban muy temprano para que nadie supiera de ellos y ni siquiera se les rezaba; en un principio el curita asistía pero ya no, y desconociendo las razones ellos solo cumplían con su deber… Lo cierto es que esos pobres desconocidos, no tenían ni papeles, ningún doliente les reclamaba y ni un mísero rosario se les rezaba… En el intertanto, mi gente detenidamente habían escuchado la conversación y en los días posteriores averiguaron más detalles de los entierros. Y el misterio de que estas almas en pena rondaban por las noches en torno al Puente y que deambulaban por el río como fantasmas a la deriva, empezó a prender como un reguero de pólvora por todo el pueblo.

Para olvidarme de los espíritus, empecé a centrar mi atención en un bello ángel que todas las tardes, cuando empezaba a refrescar, solía devotamente visitar el cementerio y entre miradas cómplices se inició una relación con esa bella dama. Vivía, a la vuelta de la Calle del Río, a una cuadra de mi hospedaje, por lo que fue fácil empezar un apasionado amor furtivo, con visitas nocturnas incluidas. Se emparentaba a una buena y numerosa familia combarbalina y sus parientes, por su belleza, eran tan admiradas como ella en todo el pueblo. Supuse que me superaba en años, a lo menos una década. Ni siquiera me atreví ni a pensarlo, no sería de caballero, la edad era lo de menos, no me importaba, ya que su altivez, entrega y pasión eran sin límites. Existía algo en ella de misterio, algo que a mi edad no podía descifrar. Tenía rasgos brujeriles en su mirada coqueta, le gustaba hipnotizarme y jugar conmigo, hacerme sufrir de pasión y atormentarme con sus indescriptibles besos. Me dejaba atribulado con su entrega y, yo ni siquiera me detenía a un análisis de mis actos. Lo que me pasaba lo atribuía a mi inexperiencia y simplemente me dejé llevar a su regazo. 

Por las tardes frescas de octubre la esperaba a la salida del cementerio, era deuda de una tía solterona y querida, le recordaba con devoción, quien le había enseñado muchas cosas que sabía y que ahora ya difunta, le seguía entregando protección… Caminamos con el crepúsculo hacia la cima del cerro Caracho y desde allí arrobados, en la gruta, sobre unas piedras contemplábamos el bello atardecer cadenciosamente caído sobre un pueblo calmo con una serenidad indefinible… ni sombras de fantasmas, solo unos asnos penderratos y cenicientos jugaban en las vegas del río… y así los días se sumaban, con mi amada arrullada a mi cuerpo… Con el mismo misterio entre mis brazos…
  
El día de todos los Santos, de aquel primero de noviembre, había sido atolondrado para las  autoridades combarbalinas y, más aún para la iglesia. Los visitantes al cementerio se habían retirado temprano, o mejor decir cumplieron el ritual y no más que eso. Si andaban acompañados por cofrades (compadres) se atrevían a cruzar el Puente un tanto más tarde, de lo contrario ni a caballo se podía  cruzar aquella estructura de roble avejentado. Como es de contar y así ocurrió, con un caballo asustadizo, que saltó al río con jinete y todo expulsado por un fantasma al paso en medio del Puente. Y, entiendo al jamelgo, no había razón para cruzar sobre los espíritus guardianes y más aún soportando un  huaso envalentonado y curdao por las mistelas consumidas en unas chinganas improvisadas e instaladas cercanas al Matadero. Con motivo de la fecha y como la tradición lo permitía cada año para el día de Todos los Santos. Lo cierto es, que las almas en pena rondaban y al caer la tarde aparecían desfiguradas y fantasmagóricamente a la hora del crepúsculo, arriados por la luna llena de noviembre.

Los vecinos molestos, por la actitud de las autoridades Municipales y Eclesiásticas que no tomaban cartas sobre el asunto, y por su irresponsabilidad de andar metidos en actos y juergas con los Ingleses del ferrocarril, habían descuidado totalmente la seguridad del pueblo, dejándolo a la deriva de los fantasmas y asaltantes afuerinos. Y así fue que aquel primero de noviembre, los fantasmas se habían tomado no solo el puente, si no que cada rincón oscuro del centro, las avenidas oriente y poniente, la alameda y arrabales del pueblo. Ese día, de Todos los Santos, había sido lapidario para el comercio combarbalino, los negocios cercanos al campo santo se habían quedado con toda la cocinería preparada; pollos en fiambre, empanadas, cazuelas y en abundancia el mote con huesillo, y solo algunas chinganas lograron vender unas cuantas y escasas mistelas antes que cayera la tarde endemoniada.

Así, un grupo de vecinos y muy atribulados residentes de la Calle de La Unión y Del Río, se presentaron ante el párroco de la Iglesia de san Francisco de Borja a expresar su reclamo: – ¡¡señor párroco, ya no podemos soportar más a los fantasmas del Puente. Ya no podemos dormir. No pasa noche en que estos no se aparezcan con intenciones aterradoras!!. –¿Qué tipo de fantasmas?. –preguntó sorprendido el Cura, que era muy crédulo de los espíritus. –Respondió el rondín del matadero: –¡¡Señor, son espectros alados montados en mulas blancas y cruzan el puente en todo su ancho!!.  Otro respondió: – ¡¡ No Señor, es el mismo diablo, Satanás, que sale arrancando del cementerio, perseguido por los espectros blancos y al cruzar el Puente se tira al río, como le ocurrió al Jinete, ahorita, para todo los Santos!!. – Un tercer vecino, del fundo aledaño agregó: –¡¡es posible que sea el diablo, pero arranca sobre una carroza mortuoria negra y al cruzar el Puente a trote largo y pesado, hace crujir los machones, desapareciendo a toda carrera por la Unión pa arriba!!.

El párroco no se conformó con las mencionadas declaraciones y ordenó a unos diáconos y sacristán, para que realizara acuciosas averiguaciones a los vecinos del sector. A ellos, se les sumó un par de viejas metiches que pasaban metidas en la iglesia, quienes se ofrecieron voluntariosamente… Y luego de haber interrogado al vecindario y a casi toda la feligresía, incluyendo los parroquianos compadres de la cantina, corroboraron por sí mismos y con más contextos el espantable suceso.

El sacerdote meditó largamente sobre el asunto, pero no resolvió, sino hasta cuando una disímil comisión de honorables vecinos, presidida por el representante del comercio acudió a la parroquia a decirle: –«señor párroco, os rogamos que te presentéis en el Puente, al caer la noche, para que espante a las molestas ánimas por medio de un buen exorcismo, de conjuros y agua bendita». –«¡De acuerdo!», –acepto el Cura. –«Haremos una procesión en persona, para espantar no sólo las ánimas, también los duendes, espectros o Satanás en persona, aparte de hacerle un buen sahumerio al Puente»… La procesión se efectuará el próximo viernes 11 siendo el día más adecuado para el objeto.

Tal como se estableció se hizo. El viernes 11 de noviembre partió la solemne procesión desde la iglesia del pueblo, encabezada por el párroco, ornado con flamante estola, seguido por varios acólitos que llevaban calderetas y matracas, instrumentos indicados para espantar los engendros del otro mundo. También marchaba una cofradía de cucuruchos vestidos de blancos hasta con estandarte y velones encendidos incluidos. Supuestamente los fantasmas al verlos con estos atuendos símiles a los Kukusclan se esfumarían. Y sin perder tranco, las infaltables viejas parroquiales armadas de rosarios y avemarías. Al bajar por La Unión, pasada la esquina con la Calle del Río, se sumaron los vecinos del sector del Puente.  Y entre cánticos y rosarios continuaron en su marcha, ya muy cercanos al acceso del puente, para en su centro, realizar el oficio de exorcismo y demás conjuros, los que marchaban en la vanguardia súbitamente se recataron al tremendo bramido de las vacas apostadas en los corrales del Matadero…

Precisamente, en ese instante volvía con mi amada desde nuestro paseo cotidiano y planeé detenerme en el puente y preguntarle seriamente; sobre de su comportamiento ido y misterioso conmigo. Le embargaba un sesgo de tristeza que le hacía denotar su inconmensurable belleza… Súbitamente, nos percatamos del grupo de parroquianos aturullados en el acceso sur del Puente y entonces ella me pidió regresar pronto a su casa…

El sacerdote quiso que fueran los portadores de antorchas los que marcharan adelante; estos argumentaron que fueran algunos guardias municipales; los guardias argumentaron que no eran sus funciones espantar a los difuntos…;  en fin, nadie se atrevía a iniciar la marcha. El sacerdote, dándose de ánimo ordenó a sus acólitos que se iniciara la serenata de calderetas y matracas y ahí fue donde se inició el espanto. Los golpes en el caldero y el remover de las matracas pusieron a todos los pelos de puntas, incluyendo los animales de los corrales que en una sinfonía de bramidos cundían los miedos del gentío y menos quisieron avanzar. El sacerdote, en un acto heroico, agitó los brazos e inició el cruce del Puente. Pero no había avanzado muchos pasos cuando, repentinamente, tal como se esperaba pero no se deseaba, en la fulgura de la noche, se oyó un tropel espantable sobre el entablado apareciendo una enorme masa blanca, con gritos guturales irreplicables agitándose en una danza infernal. El párroco, desesperadamente dio media vuelta y echó a correr, entre desentonados e indescifrables rezos, pero los pavorosos aparecidos apagaron lo rezos y gritos de los feligreses, lanzando bufidos y sonidos estruendosos, horribles, que a los de la procesión nos les quedó más que admitir a los fantasmas y echar a correr ¡¡sálvese quien pueda!!. Nadie fue capaz de dominar sus cuerpos. Vecinos, acólitos, cofrades, guardias y señoras, arrancaron como almas que persigue el ¡¡mismísimo demonio!! dejando botados en el camino, el estandarte, cruces, velones, las matracas y calderetas.

Segundos antes del suceso, mientras nos acercamos con mi amada al acceso norte del puente, una tropilla de una docena de burros en celos, juguetones y blanquecinos, obstaculizaban la pasada, y decidimos correrlos de ese lugar. Estos huyeron en una tremenda e inusual estampida, cruzando desbocadamente el Puente y atropellando a cuanto parroquiano de la procesión participaba, y mágicamente como si la costumbre diaria practicada les entró en razón, a todo tropel se guardaron en los corrales del Matadero en los comederos de los animales arrestados.

La confusión en la que huyeron los parroquianos fue tanta, que muchos cayeron atropellados por los más rápidos y ágiles y, por ende hubo varios contusos y hasta algunos heridos. Corrieron desesperados calle arriba, inclusive llegando hasta la misma plaza de armas en donde se ubicaba la iglesia. Y en todo el trayecto, a fuerza de gritos fueron sembrando pavor y alarma a cuantos vecinos se atravesaban como si el demonio ya les alcanzara y, se escondían en cualquier puerta entreabierta de cualquier casa de las calles del pueblo.

Con mi enamorada, tomados de la mano cruzamos el puente raudamente y tratando de soslayar las miradas inquisidoras de varias viejas chismosas, aquejumbradas y llorisqueando por el atropello intrépido del demonio. Muchas de ellas eran sus vecinas. Entonces le ofrecí campear la tormenta callejera en mi hospedería. Aceptó entre sollozos, los cuales no logré entender y menos aún, el por qué tanto miedo a esas viejas enjutas, que a pesar de estar maltrechas, nos miraban como una pareja de arpías engendrados por el demonio que las aplastó.

Mi amigo el cantinero al vernos llegar, no nos permitió entrar. Disculpándose nerviosamente, nos dijo que era un error si entrábamos. –« Hay gente en la cantina, que no podría soportar el verlos juntos, sobre todo un tal Ramírez», – le comento a su oído… Entonces, el misterio y las suplicas de ella hacia mí fueron más fuertes, al punto de conmover mi alma. La dejé partir a su voluntad sin entender las razones… mi amor y la cordura de mis sentimientos la entendía… Su hermosa e indescriptible figura corrió hasta su hogar como un ángel entre tanto demonio desparramado esa noche, fue una luz fugaz en una tormenta huracanada… y antes de doblar la esquina me dio su última mirada de amor suplicante.

Al entrar en la posada, todo estaba trastocado, estaba llena de personas desconocidas; hombres y mujeres en shock de pánico, en su mayoría participantes de la procesión. Se habían escondido de los fantasmas endemoniados y, ni el Cura los volvería a sacar a la calle mientras esas almas en pena no se fueran para siempre. El espectáculo era patético y bochornoso, e incluso por momentos me puse iracundo por tanta escandalera y lloriqueo. Y todo por un par de asnos sueltos. …pensé  irracionalmente en ella.

Me encaminé hasta mi cuarto, sin antes buscar la mirada del cantinero quien estaba muy solícito atendiendo como nunca a tanta concurrencia, y me dije: «bueno mañana será otro día»… Mi habitación estaba invadida de borrachos, eran parte de mis cofrades viejos, con los cuales tertuliamos sobre los fantasmas. El alboroto de la procesión les había sorprendido enfrascados amenamente. Tenían escondido en mi cuarto al mozo del Matadero encargado de encerrar los burros y, por estar en las tomas con ellos se les había olvidado nuevamente. Así como en muchas otras noches anteriores. Y, esto estaba ocurriendo frecuentemente, cada vez que este mozalbete le truequeaba carne robada al posadero por chicha y agua ardiente, bebidas que compartía con todos estos veteranos deudos. En donde muchas veces fui inconcientemente partícipe de sus tretas y muchos viernes por la noche, varios asados engullimos bajo este concepto. Al verlos atribulados por lo ocurrido, no me quedo otra que aceptarlos… Y esa noche turbulenta, por ella, por los fantasmas y por los amigos brindamos hasta escanciar las reservas del trueque… Por lo demás, por las noches, los burros acostumbraron a encerrarse solos, previo paso por el Puente Viejo.

Al día siguiente, la mayoría de los viejos se habían retirados de mi cuarto muy temprano y, casi a la salida del sol, intempestivamente irrumpieron en la habitación varios guardias armados y sin mediar palabras me llevaron detenido a la prisión del pueblo. Sin entender mi delito, un par de horas después, se acercó un actuario y entre otras cosas me dijo: –«Se le acusa a Ud., de los siguientes cargos: de insurgente, de profanar religiones y cementerios, de provocar y practicar actos satánicos y difundir el miedo, de valerse de su condición letrada ha usado personas inocentes y analfabetas para difundir el miedo y el terror ante toda la población. – Prosigue: Se han levantados los cargos por blasfemas sobre muertes, de su persona en contra de la firma contratista de ferrocarriles, toda vez que tan honorable empresa ha decidido enajenarlo de sus funciones y ha solicitado disculpas públicas por su persona como ex empleado de esta». Y agregó: –«Por la gravedad de los hechos que involucra actos de incumbencia del Clero y a la Empresa de Ferrocarriles, este tribunal se declara incompetente derivándose el caso a los Tribunales de La Serena»…  Y sin mayores mediaciones me trasladaron a La Serena.

Mi familia, y algunos profesores de la escuela, usaron todos los contactos para una audiencia ante el Obispo y con la Magistrado del caso y, gracias  a unos abogados patrocinadores me otorgaron la libertad condicional, con prohibición de volver a Combarbalá, previo pago de una fianza de 320,26 pesos, curiosamente lo mismo que me dieron mis empleadores al cancelarme del tren. Debí permanecer un tiempo a la espera de la sentencia, en el intertanto tenía la necesidad infinita de saber de ella, su amor me tenía más preso que nunca, su recuerdo me ataba más allá de la cordura y mi padecer era más profundo e incomparable con los años de rejas a los que podrían condenarme… Un día, de desesperanza, le envíe un telegrama al dueño de la posada preguntándole por ella, no respondió y después de muchos intentos tuve noticias de él y decía: –«Estimado Míster. No sé leer disculpe mi tardanza. La Sra. terminó sus vacaciones en el pueblo y regresó con su marido Ramírez a la ciudad. Olvídela, el es muy poderoso tenga cuidado»… sucumbí ante la condena de su amor y el misterio creí resolverlo, nuestro amor furtivo no era más que una relación efímera como los fantasmas del Puente, como un amor de primavera que muere al caer el otoño… Mis sentimientos encontrados hacia ti, no pueden ser descifrables y mi alma rota será por ti, un espíritu errante como esas almas en pena que deambulaban ante nuestro inllevable amor…

No recuerdo cuanto tiempo pasó, me había sumido en un estado de enamoramiento irracional y abstracto… Me citaron de los tribunales de La Serena para mi sentencia definitiva. La Juez había dictaminado; el actuario leyó: –«Se le declara culpable de insurgencia y de aprovecharse de la inocencia y el amor de personas que le aman; se le condena volver a Combarbalá una vez al año, durante la primera quincena de noviembre y firmar en el Juzgado del pueblo durante cinco años consecutivos». –Agregó: «se le cita para su firma ante la Sra. Magistrado».

Caminé trémulo al estrado, un miedo inexplicable se apoderaba de mi cuerpo… en esos pasos, divagué un mundo de cosas; cómo explicarle a ella mis próximas visitas en noviembre, como explicarle que la amaba y que lucharía por ella. Si solamente me diera un mensaje, una simple esperanza… moría por saber que significaba para ella una mísera lágrima de mi amor… El misterio heló mi alma y ante la  imagen negra y mortuoria de la Juez inmutable a un metro de mi llanto firmé… levanté la mirada para verle la cara a la Verduga de mi sentencia… y encontré mi ángel…, ¡¡Ella era, la Juez!!… súbitamente mi mente entró en contradicciones, me retiré rápidamente hacia la salida con un solo recuerdo de aquella última noche juntos cuando nos vimos por última vez…   y antes de doblar la esquina me dio su última mirada de amor suplicante”…

Tengo el presentimiento de que los que lean esta historia, no entenderán por qué cada año he vuelto a Combarbalá para esta fecha y visito el cementerio apostólicamente… y muchos me tratarán de fantasioso e insurgente… Insurgente, por que cada año a la vista de todos los parroquianos debo cumplir condena estampando mi firma ante la ley. Y fantasioso por mi verdad, ella me condenó por amor en medio de historias de misterios y  fantasmas, en donde su espíritu real o espectral nunca más lo he vuelto a ver…


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Nota del Autor:  Mi agradecimiento y reconocimiento al Maestro Aliro Caupolican Flores, quien gentilmente me ha facilitado la fotografía.