LA PROFESORA Y PINOCHET
Por, Clenardo Zepeda C.
En la vida nos ocurren episodios que son
difíciles de olvidar: quizás no por el hecho mismo del acontecimiento real. Si
no más bien, por la huella trascendente que deja en lo humano y en lo divino. Y,
aquella vivencia que puede ser normal o cotidiana termina aquilatando los
valores de la persona que presencia tal vivencia.
En el presente episodio que relato, ello me
ocurrió, en donde pude experimentar a mi corta edad el antagonismo de dos
personas; en una, la humildad y la entrega incondicional, en la otra el
desmedido odio enfermizo al prójimo.
Mes de noviembre de 1978, Combarbalá estaba convulsionada, se había confirmado la visita del
presidente de la República de Chile Augusto
Pinochet Ugarte, quien había sido designado por La Junta Militar de
Gobierno el año 1974. El pueblo estaba nervioso,
su gente preocupada por tan controvertida visita de gobierno. Desde el año 1946
que no se recibía en la ciudad una figura de tal talante, cuando les visitó el
presidente Gabriel González Videla,
y, como olvidar ese airado discurso lleno de localismo esperanzador proclamado
desde un balcón de la casa de los Fernández, dirigido hacia la multitud de
gente apostada en la Plaza de Armas, quienes jubilosos vitorearon las promesas
incumplidas del radical… La mayoría de los habitantes consideraba la actual
visita como un acontecimiento histórico después de González Videla, quizás otros presidentes no visitaron la comuna o
pasaron inadvertidos en su connotación.
Un Decreto Municipal ordenaba limpiar las
calles, pintar las fachadas de las viviendas y abanderar la ciudad para ese
día. El Alcalde designado del entonces, a mí entender quería dar una buena
impresión a la visita, o tal vez la emoción del miedo infundido en la figura de
Pinochet le hacía actuar con natural
nerviosismo, al igual que a una gran parte de los habitantes del pueblo. Y, no
era para menos, puesto que por primera vez le veríamos en persona; para unos
era el “General salvador del país” y para otros un “tirano dictador”.
Según mi recuerdo en lo que me ha tocado vivir
a mis once años de edad, ya han pasado cinco desde el día del Golpe Militar de
1973, y de aquel tiempo he venido por las noches escuchando en las habituales cadenas
radiales y televisivas, los discursos militarizados del Comandante en Jefe de
Las Fuerzas Armadas. En estas declaraciones al país denotaba climas hostiles de
guerra civil por alzamientos de grupos guerrilleros subversivos, y en muchos
discursos decía; con sus palabras: - “… declaro mi más profundo repudio a los
marxista-leninistas, son traidores a la patria y deben ser expulsado de este
país”-, y otras tantas xenofobias dirigidas a esas ideologías comunistas. Para
luego proceder con el reiterativo mensaje de que “Las fuerzas Armadas y de
Orden actuaron bajo la inspiración patriótica y defenderán con su vida los
intereses de la nación”. En otras palabras, por bien o por mal, nos estábamos
habituándonos a la imagen hitleriana del gobernante. La figura de Pinochet motivaba a la población, por
diversas razones, asistir ese día a los eventos programados para la ciudadanía,
era la oportunidad única de conocerle en persona.
En el año 1978 ocurrieron cosas que conservo en
la retina: vimos desplazarse cuadrillas de aviones desde las bases aéreas del
norte hacia el sur, surcaban los cielos del valle como bandadas de aves
migratorias. Como niños nos llamaban la atención ver este espectáculo por
primera vez en nuestras cortas vidas. Sin permiso de la Profesora, tan pronto
escuchábamos los lejanos ruidos rotundos y la insipiente tembladera de vidrios
en las frágiles ventanas, abandonábamos la sala de clases de la escuela rural de
Pama, para observar desde el patio a los
poderosos aviones Hawker Hunter romper la apacibilidad de los cerros. Hacíamos
caso omiso a los perturbados ruegos de nuestra anciana Maestra, quién a rogativas de miedos y súplicas nos pedía
refugiarnos en el aula de la indefensa escuela. Quizás, ella sabía el destino
de esas cuadrillas de mortíferos cazas, pero no lo comentó con sus alumnos. Para nosotros, el conflicto chileno argentino
por las islas en el Canal Beagle era tan lejano como las estrellas nocturnas de
nuestro diáfano valle. Escasamente entendíamos los comentarios de nuestros
mayores, referidos a los noticieros cargados de intervencionismo sobre el tema.
Nos quedamos con el recuerdo de aquellos aviones estruendosos que remecían la
apacibilidad del campo y nuestros corazones se henchían de orgullo al verlos
volar en cuadrillas hacia el sur en defensa de nuestra soberanía… También
recuerdo en ese mismo año, escuchar en el mes de noviembre en las radios
nacionales el lema “Logremos el Milagro”, se haría la primera Teletón en Chile
en ayuda de los niños minusválidos, no entendíamos el concepto de “Teletón”, al
parecer se trataba una obra de beneficio solidario, era lo opuesto al conflicto
armado.
Los días de noviembre transcurrían
plácidamente en la escuela rural unidocente de Pama, la veintena de alumnos de primero a sexto básico compartíamos
una sala en común y el bullicio propio de las edades. Nuestra respetada Profesora, superaba los sesenta y tantos
años de edad. Y la mayor parte de ellos los ha pasado como docente en nuestra
escuela educando a varias generaciones de alumnos. Desconocíamos de donde y
cuando llegó a estas tierras para hacerse cargo de la escuela. Al parecer, por
su método pedagógico, deducíamos que era normalista y que provenía de una buena
familia; a juzgar por sus modales y valores reflejados en su persona. No recuerdo
haberle conocido familia o si tenía hijos en algún lugar lejano, sólo nos queda
la remembranza de su entrega total hacia nosotros, nos llamaba “mis niños” y
así lo notábamos en su actitud y cariño.
La Maestra
dedicaba sus días completos a sus alumnos, trabajaba desde muy temprano hasta
el anochecer; se preocupaba de nuestra alimentación escolar, de las clases y
actividades extra programáticas. No le importaba su tiempo empleado, puesto que
vivía en el recinto escolar en una casita anexa para este propósito. Ella era
una viejita muy tierna, de modales nerviosos y de habla locuaz en su
comunicación. Le conjugaba a su tez blanca sus cabellos encanecidos y ojos
azulados, chispeantes e inquietos. Su personalidad era acentuadamente aprensiva
y nerviosa con sus alumnos, les cuidaba en demasía al punto de no separarse ni
perderle de vista a ninguno de nosotros. Y, a pesar de ser irritable y
estridente en su actuar tenía un alma sensible, llena de amor y bondad hacia el
prójimo, y más aún hacia sus pupilos a quienes les quería como a sus propios hijos,
volcaba todo su amor de madre, abuela y maestra.
El propósito de la visita de Pinochet era la de inaugurar el nuevo Hospital San Juan de Dios de Combarbalá.
En aquel tiempo sería el más moderno de Sudamérica. Fue el primero implementado
con un sistema de energía solar, siendo un gran avance tecnológico en beneficio
de la salud. Y esto lo recalcó muy categórico el presidente en su discurso el
día de la inauguración. Lo cierto, es que el nuevo hospital era una obra emblemática
para la comunidad, y sin duda era bien acogida por toda la población.
Una semana antes al día de la inauguración,
empezaron a llegar los militares de avanzada al pueblo, se observaron varios
vuelos de helicópteros que aterrizaban y despegaban. Además se vieron patrullas
terrestres custodiando y transitando por los caminos principales conducentes a Combarbalá. La novedad para los curiosos
y, en los cuales me incluyo, fue visitar dos aeronaves que habían aterrizado en
los terrenos del reciente construido Liceo C-13 (hoy Samuel Román) y permanecieron allí más de tres días. A los niños, nos
daban permiso para subirnos a ellos; se trataba de un viejo helicóptero Puma y
un BELL H-1. Estos modelos combatieron en la Guerra de Vietnam, fueron
reacondicionados y posteriormente adquiridos por el ejército de Chile… Sólo los
años me han permitido comprender el origen de estos helicópteros y lo que
significó esa guerra, y la absurda carga fatídica de muerte y horror que
llevaban a cuestas esas naves espectrales.
Recuerdo que fue el día lunes por la mañana, llegamos
con nuestros apoderados a la escuela cuando se nos dio la noticia. La Profesora se había preocupado de
citarnos personalmente el domingo anterior para la mañana siguiente, había recorrido
todas las casas de los alumnos que formaba la comunidad escolar. Ese día
temprano ante la concurrencia, se le veía muy nerviosa y sus articulaciones
denotaban tensión, nos comunicó que por orden ministerial debíamos asistir a Combarbalá a los actos de recibimiento
con motivo de la visita del Presidente de La República Augusto Pinochet Ugarte. Debíamos estar el citado día a las nueve
de la mañana, asistirían todos los alumnos de las escuelas rurales de la
comuna. Luego de que los apoderados de buena o mala gana asintieron su
consentimiento se leyó un listado de procedimientos protocolares y de
comportamiento de los alumnos para ese día.
Desde ese mismo día empezaron nuestros
preparativos para el acontecimiento, sólo teníamos una semana de tiempo. Ensayábamos
la canción nacional una y otra vez y nos formábamos de varias maneras según el
protocolo instruido. En nuestras casas, las madres nos cortaron el pelo y el
uniforme se había lavado y planchado con una prolijidad inusual. Nosotros, como
niños, sentíamos ansias de ver al presidente, sólo le conocíamos en un retrato
institucional colgado en la pared de la sala de clases. Vestía un flamante
traje militar blanco con una banda presidencial tricolor. Y, en realidad más
que ansias por ver al presidente, lo entendíamos como una opción de ir de paseo
al pueblo, dado que no teníamos más de dos o tres oportunidades al año de viajar
a Combarbalá... Ahora pienso, que
esto debió ocurrir en muchas escuelas de Chile, en donde se les obligó a
profesores y alumnos apostarse en las calles y lugares públicos, aspando banderitas
chilenas para saludarlo por donde él pasaba. Se les instruía esperarlo en el
aeropuerto y en el trayecto a la ciudad, como ocurría en sus visitas a la
ciudad de La Serena. Para los alumnos
y profesores fueron muchas las esperas y fatigas. Varios desmayos ocurrieron
cuando el vuelo no llegaba o cuando cambiaban el recorrido de la comitiva
presidencial y nunca pasó por esa avenida testada de espera.
El día por fin llegó, con mi hermano nos
levantamos a las seis de las mañana, por suerte el día estaba agradable. Nos
vestimos con mayor pulcritud que los otros días, los uniformes estaban radiantes
y los roídos zapatos recobraron parte de su color negro. Luego tomamos el
desayuno que había preparado mi madre y marchamos hacia la cercana escuela. La Profesora andaba presurosa de aquí para
allá, muy nerviosa y despotricando palabras sueltas que poco caso le hicimos,
pues su costumbre era de esa laya. Sus nervios cundieron cuando a eso de las
8:00 hrs. llegó el camión tres cuartos para trasladarnos al pueblo y, todavía
faltaba más de la mitad de los alumnos. La espera era angustiosa para ella y,
simplemente llegamos ocho de los veinte y dos alumnos matriculados. Éramos de
los cursos mayores de cuarto a sexto básico. Los minutos pasaban y, por
nosotros los presentes la Maestra se
enteró de que los hermanos menores no asistirían, no tuvieron el permiso de los
padres. La Profesora quiso
desvanecerse a esas instancias, pero la hora nos apremiaba y dio la orden definitiva
de abordar al destartalado camión.
La carrocería de madera del viejo camión estaba
inmunda, quedaban sobre ella los vestigios del acarreo de ganado hacia la
cordillera de Valle Hermoso, bostas
frescas y restos de pastos secos en abundancia sobre el entablado. Por suerte la
Maestra no se percató de ello, subió
a la cabina con la cocinera de la escuela, una mocetona jovial quien no dudó en
arrimarse al enamoradizo conductor. Nosotros acostumbrados al campo no nos
incomodó esa suciedad y partimos en el camión alegremente. Una vez que tomado el
rumbo por el camino principal, inesperadamente una patrulla militar nos
adelantó a una gran velocidad y dejó una estela de polvo que no se veía a más
de veinte metros. El chofer turbado, por instinto en el acto dio un inesperado
frenazo rodando tres compañeros sobre el piso de la carrocería, entre las
bostas y el heno levantado por la ventolera. Todos quedamos empolvados de
tierra y pasto, nuestros trajes y cabellos quedaron plomizos. Pero el viaje
continuaba y no declinamos, impulsados por el ronroneo del viejo vehículo que expelía
a petróleo y a polvo.
La hora pasaba y nos aproximábamos a las 9:00
hrs. Todos mentalmente ayudábamos al camión para estar a la hora citada… Fue
grande la sorpresa cuando llegamos a la entrada de Combarbalá por la calle Del
Comercio; los militares nos detuvieron, no dejaron pasar a nuestro camión,
a esa hora ya no se permitía ni la entrada ni la salida de vehículos al pueblo.
Tuvimos que bajarnos de éste y abrirnos paso caminando entre el cerco de militares
del Regimiento Arica de La Serena. Nos
miraron indiferentes ante la gallardía marcial de la Profesora y sus polluelos que avanzaban formando una fila intacta.
El pueblo estaba enarbolado de banderas y
banderines tricolores, más que en cualquiera de las fiestas patrias que
recuerde. Pero no era fiesta, era algo extraño y contrapuesto, era una fiesta
mortecina implantada, de tricolor apesumbrado. Estaba atestado de militares por
las calles y había control en cada esquina. Por la calle Del Comercio, frente al nuevo hospital San Juan de Dios, se había construido un gran escenario alfombrado,
demasiado custodiado por hombres de civiles vestidos con trajes negros. Al
pasar por ese lugar nos miraron sospechosamente, tal vez dudaron de nuestra
esencia, nosotros los diez gallardamente continuamos nuestra marcha ensayada
avanzando rápidamente por la calle principal en dirección a la Plaza de Armas. Nuestra Profesora llevaba aferradamente en sus
manos el estandarte que nos representaba, y a pesar de su edad y sus resuellos
jadeantes nos llevaba la delantera, le seguíamos en su ímpetu de cumplimiento de
la misión. Nos dieron las 9:20 hrs. estábamos atrasados, las delegaciones de
las escuelas rurales debían juntarse, en la Escuela
América N° 1 de Combarbalá. Aún nos faltaban seis cuadras para llegar al
punto de encuentro y en cada esquina nos detenían y nos preguntaban para donde
íbamos tan rápido. Vi unos militares que tenían dudas, al parecer el punto de
encuentro no era la Escuela América,
sería el Liceo C-13, quizás, en donde
aterrizaron los helicópteros y tenían ese lugar como base de seguridad.
Llegamos muy cansados a la Escuela América, la tensión y ansiedad ya
era individual y poco nos preocupábamos de las instrucciones de la Maestra,
le vimos desorientada pero no rendida. Nos encontramos con otros grupos provenientes
de escuelas rurales que andaban tan perdidos como nosotros. Los militares
usaron la estrategia de cambiar todo el protocolo de la visita. A última hora
invirtieron los puntos de encuentros; estaba dicho que los alumnos y profesores
esperarían al presidente en la Escuela
América. Pero a último minuto comunicaron que en la Escuela América, a eso de las dos de las tarde, se reuniría la
señora Lucía Hiriarte de Pinochet con
las Damas de colores en privado… Nosotros quedamos a la deriva con la noticia,
alguien dijo: -«¡¡Al estadio, al estadio, los escolares están en el estadio!!.»-
No nos quedó otra opción que correr con la turba humana desbandada hacia el estadio
municipal.
En las cinco cuadras que nos restaban para
llegar al estadio, se produjo una mezcladura de alumnos de distintos colegios.
Allí empezó el desorden, mientras avanzábamos por las calles, los profesores
rurales empezaban rezagarse. Ingenuamente nuestras profesoras pensaron que nos
ubicarían en un lugar definido. Y, en la carrera les sacamos mucha ventaja, nos
seguían exhaustas por la calle Pedro de Valdivia
hacia la alameda…
De pronto, un ruido atronador desbordó en
temblor al pueblo y, el sonido se fue acrecentando y adentrándose por el cajón
del río en contra de la corriente. Y surgen emergiendo en vuelo rasante sobre
el pueblo, dos potentes naves de guerra. Entonces, en ese momento alguien de la
muchedumbre gritó. - «¡¡Allí viene Pinochet!!»
Y corrimos entre la multitud desenfrenada por la alameda hacia el
estadio, todos queríamos ver la llegada del presidente.
A las diez de la mañana, el ruido atronador de
las naves ya sobrevolaba el pueblo; despertó vivazmente a todos los militares
de guardias, a los de la banda de guerra del Regimiento Arica y a cuanto guardaespaldas de civiles y
francotiradores escondidos. Y, a toda la gente que se había aglomerado en las afueras
del estadio. Sólo no se percataron del hecho y fueron sorprendidos incautamente
los bomberos de un viejo carro-bomba. Estos regaban la arena del estadio para
que no se levantara polvo al aterrizaje de los helicópteros.
Cuando los dos Pumas SA330 llegaron al estadio
e intentaron aterrizar, se encontraron con el carro-bomba con todas sus
mangueras y equipos esparcidos y, a una instrucción socarrona del militar de
turno debieron salir arrancando con las mangueras a la rastra, con sirena y
balizas encendidas como si se tratara de un demonio que les callera del cielo.
En efecto, la comitiva presidencial se había adelantado a la hora del protocolo,
se le esperaba a las 11:00 hrs. de la mañana. Los Pumas, después del primer
intento fallido iniciaron un sobrevuelo de unos cinco minutos para luego volver
y aterrizar definitivamente.
El sobrevuelo dio tiempo para que los
encargados protocolares del recibimiento se ordenaran y la muchedumbre se
desordenara y se reubicara a su antojo, inclusive las delegaciones abandonaron
sus lugares asignados, el adelantar la llegada produjo el caos descontrolado. Rápidamente,
después de la salida de los bomberos, se ubicaron nerviosamente en la cancha;
la Banda de Guerra, los encargados del saludo y los conductores de una caravana
de los más lujosos automóviles del pueblo. Las familias más acomodadas prestaron
sus autos y estacionados en fila esperaban a los visitantes para trasladarlos.
En el intertanto, muchos curiosos desbordando la guardia de carabineros se
subieron en las débiles panderetas que cercaban el perímetro del estadio para
tener mejor visual del aterrizaje.
Los enormes helicópteros se acercaron
nuevamente al lugar y procedieron aterrizar. Estos pasaron tan cerca de los
curiosos encaramados en el cerco, que con la fuerza de los vientos de las aspas
derribaron a una decena de curiosos y varios paños de panderetas. Se levantó
una turbulenta nube de polvo y piedrecillas, hubo que esperar unos minutos
antes de descender de las naves… Se abrió la puerta del Puma, descolgaron una
escala e iniciaron el descenso varios uniformados, dos damas de sombrero, y,
entre ellos destacaba una figura hitleriana terrorífica envuelta en una capa
militar, sin duda era Pinochet. En él
centré mi atención, la capa ploma tenía botones dorados y un gran cuello azul
marino ribeteado de rojo, en la solapa pendían insignias rojas con una espiga y
cinco estrellas doradas. Saludó
militarmente a quienes les recibían, a mi distancia no escuche los diálogos,
luego raudamente salieron por la puerta del estadio custodiado por una veintena
de guardaespaldas...
Cuando sentimos los helicópteros, corrimos
hacia el estadio, mi Profesora se quedó
atrás con su colega de San Marcos.
Nosotros avanzamos siguiendo a los demás desordenadamente. Al acercarnos a las
puertas del estadio, estaba todo acordonado por carabineros, no había ningún
orden de ubicación, los alumnos estaban diseminado por cualquier lugar y cada
cual buscaba una postura mejor. Había muchas otras instituciones a la espera en
lugares de privilegios; Las Damas de Verde, Las Damas de Rojo, Cema Chile, Cruz
Roja, Club de Huasos a caballo y muchos entrometidos y atropelladores
periodistas. Ya a la salida del estadio, a nosotros, sólo nos quedo la opción
de mirar al General entre los caballos cuando le dieron el esquinazo de
bienvenida, esta ceremonia fue brevísima sólo protocolar. Mientras se producía
este saludo nuestra Profesora buscaba
desesperadamente a sus “niños” y los llamaba a viva voz entre la gente. Sus
gritos eran desesperados, no le importó presidente ni protocolo, sólo quería
rejuntar a sus niños y tenerlos a su lado. Nosotros estábamos dispersos entre
tanta gente, imaginé que al terminar el acto nos acercaríamos donde estaba la Maestra. Al menos Yo, desde mi lugar
no le perdía la vista. De pronto, en su desesperación, en su búsqueda
traumática, rompió el cerco policial y se acercó buscándonos hasta encontrarse
a un metro de Pinochet.
Entonces pude observar ese encuentro; “La
Profesora y Pinochet”. Le vi desasida, en un inmenso dolor, su figura angelical
desdoblada y desecha en rogativas de clemencia a un consuelo inexistente, de un
alma que sufre y se desdobla por los niños, de una madre afectada... De súbito se
encuentra frente a él, le mira con clemencia a los ojos y se encuentra ante la
implacable mirada del General indolente, quien le mira sin alma, con odio, como
a un objeto aborrecido que se interpone
en su paso y deben sacarlo de su vista, destemplado sin un guiño de
sensibilidad hacia una mujer mayor, hacia una profesora de Chile… Esos segundos
de mirada fueron eternos y opuestos como nunca imaginé…, los edecanes logran apartarla de su paso y
ella inmóvil parece entender que ha llegado al extremo de Sí y debe retirarse,
mientras sus ojos rompían en un triste llanto...
Desde ese episodio, de ese encuentro, me
cuesta entender los extremos antagónicos a los cuales pueden llegar los humanos.
Estos desequilibrios, les puede llevar al extremo del sufrir descontrolado por
la bondad y, el de enfermarse de odio al
prójimo al extremo de actuar sicopáticamente sin medir las consecuencias de sus
actos.
El presidente escoltado se dirigió al nuevo Hospital San Juan de Dios, el tumulto de
gente le siguió corriendo por las calles para tomar una buena ubicación ante el
discurso de inauguración… Cuando llegamos con mi hermano, ya había empezado el
acto, nos abrimos paso entre la muchedumbre hasta lograr un lugar de
privilegio, y observé: el maestro de ceremonia era un conocido profesor
combarbalino quien animaba desenvuelto y con maestría tono poético, dio la
palabra al alcalde. El alcalde, balbuceo un nervioso y corto discurso para dar
paso a las palabras del General… En ese discurso titubeante y mal pronunciado,
no hubo novedad; unas pocas alocuciones al propósito de la inauguración y lo
más a lo acostumbrado; iracundas soflamas patrióticas y blasfemas en contra de
los “Comunistas Leninistas”…, dejé de
escucharlo por parecerme sabido, y con mi mirada busqué a la Profesora entre el público asistente…
definitivamente ella, allí no estaba.
Los cuatro compañeros que logramos juntarnos
al término de la ceremonia, decidimos encaminarnos hacia nuestro destartalado camión
que nos esperaba detrás del Cerro
Calvario. Allí estaban los demás esperando. La cocinera muy embelesada con
el chofer sin connotar la visita del presidente, el resto de alumnos cansados y
la Profesora, ensimismada en sí
misma, no dijo nada excepto estas palabras: - ¿Estamos todos?..., ¡vámonos ya
hijos!.
El sol de media tarde cansado por el ajetreo
del día, ya desplegaba de los cerros sus sombras remolonas, y por ese camino
polvoriento el quejumbroso ronroneo del motor con olor a mezcla de petróleo y
tierra, era lo único que alteraba nuestro regreso a Pama…, no había ánimo, permanecíamos callados en comunión con nuestra
querida Profesora, ella enajenada de
todo, abstraída, como si no despertara de un ensalmo y maligno sueño…, en el
aire dos helicópteros Pumas abandonaban los cielos diáfanos de Combarbalá.