Por, Clenardo Zepeda C.
Durante los años secos, en torno al año 1924, muchas familias por necesidad, se agolparon a los desmontes de la Mina del Negro, y escarbando entre piedras daban vueltas las pilas estériles de materiales extraídos de las entrañas de la mina. Su dueño, había autorizado el pallaqueo misericordioso a ese grupo de trashumantes que al final del día volvían a sus chozas con unas chauchas desgastadas. En ese entonces, el Negro daba y el Negro quitaba; daba las esperanzas míseras a tanto hombre, mujer y niño de encontrar el sustento en un trozo de sulfuro o pirita olvidado entre la saca inerte, plomiza y cenicienta por el carburo extinguido de las lámparas mineras. Y, quitaba, a quienes seducidos por la avaricia intentaban tomar algo más que no les perteneciera y que fuera ajeno a la simplicidad lógica de la misericordia. El Negro era sabio, el Negro daba y el Negro quitaba…
A mediados de los años sesenta, cuando don Emiliano, su dueño de entonces, retomó trabajos de laboreo en las profundidades del yacimiento, y sin mayor afán que el de bombear las aguas del pique principal para descubrir las betas madres, el Negro volvió a renacer muy intempestivo y encolerizado. Le habían despertado de su letargo y armó tremendo barullo en contra de los intrusos, y cargó a los cuatro mineros blandengues e inexpertos que lanzaron el tarro a las profundidades del pozo. Y, éstos pobres, espantados por la aparición, daban berridos y brincos encabritados golpeándose contra el enmaderado de las galerías en su afán de correr y, salieron arrancando escaleras arribas por un chiflón, sin detenerse y sin voltear hasta llegar a la cima de la loma. Ni siquiera se preocuparon del jornal adeudado, emprendieron marcha forzada a Combarbalá y no volvieron nunca más a la mina. Por estas apariciones, se explica que los mineros más experimentados capeaban los veneros principales y buscaban llampos superficiales en el cerro, en donde abrir puntos de extracción más alejados de las profundidades, y, si era el caso poder arrancar al instante ante una aparición del susodicho.
Don Emiliano, sin entender mayormente del porqué sus jornales no querían sacar las aguas del pique principal y, en su afán de extraer los tan comentados minerales, determinó aplicar algún tipo de tecnología más rápida para bombear las aguas. Y muy resuelto en su proyecto, al paso de unos días, trajo consigo un ingeniero de la ENAMI para evaluar el préstamo solicitado para la limpieza de los piques. Y, tan pronto obtuvo estos recursos, invirtió solo una parte de ellos en el propósito. Compró en un remate de Santiago unas bombas de altura de cinco etapas, y en vez de traer y acoplarles el motor estacionario diesel para el efecto por encontrarlo caro y poco funcional trajo un enorme y vetusto tractor agrícola Forson Major, equipado con polea y toma fuerza incluido que adaptó para las bombas, tornos y otros usos; incluso hasta para los viajes al pueblo cuando los caminos empantanados por las lluvias no le permitían usar su vieja camioneta Ford.
Los trabajos se iniciaron sin perder tiempo, las bombas corrían día y noche, el agua no bajaba ni un centímetro esos días y, el Negro, arrancado por los feroces ruidos del matraqueo de éstas no dio ninguna señal de existencia. Al séptimo día de trabajo, don Osvaldo Gallardo, el técnico mecánico que vivía en las instalaciones y estaba a cargo del funcionamiento de estos equipos, cargó el estanque del tractor con el conbustible a eso de las 20 horas, para que funcionara toda la noche del sábado. Todo parecía normal en el ruido del motor y en el funcionamiento de las máquinas, sin embargo, alrededor de las dos de la madrugada las bombas se detuvieron. Don Osvaldo supuso una falla del tractor y no se levantó para verificarla, la noche de octubre estaba muy fría y él estaba solo en la mina. Fue grande su sorpresa a la mañana siguiente, al percatarse que los piques y galerías de la mina se mostraban en toda su magnitud y casi totalmente secos, salvo por pequeños hilos de aguas que se descolgaban de los techos y desaparecían en los charcos pulposos de los pisos, resolvió entrar. Se mostraba la verdadera dimensión de la mina; las centenarias galerías cavernosas y lóbregas se exponían en sus misterios negruscos enraizados a sus carcasas arañadas. Brillaban refulgentes en sus paredes los veneros extasiados, entre betas y llampos de metales nobles. Las maderas, escaleras y compuertas permanecían intactas, como si el trabajo se hubiera detenido en un suspiro sin dimensionar el tiempo transcurrido debajo del agua. Cuanta riqueza se vislumbraba intacta, allí, oculta en esa inundación repentina que ocurrió en mucho tiempo atrás… Ese domingo, Osvaldo se encontraba sólo frente a esa grandiosidad de riquezas.
Atónito, inmóvil y tumefacto se comportaba Osvaldo, por esa visión indescriptible, lentamente fue retomando su análisis del entorno. Y, asimiló la arquitectura interior de la mina por su conocimiento en la materia, como era de suponer; una nave principal de maniobras a la cual convergían varias galerías en distintas direcciones, un pique central enmaderado de cientos de metros que comunicaba varios niveles inferiores con sus ramales, como un ascensor, y, en el techo varias chimeneas y chiflones de ventilación que aportaban tenues claridades a la nave principal. Luego, se percató de la existencia de un enorme malacate de eje vertical, posicionado próximo al pique, de unos cuatro metros de diámetro la rueda madre, confeccionada de nobles maderas sureñas, destacando el alerce en el conjunto del entarimado. Y, refulgiendo enrollado, atorando a la rueda principal un inmenso cable de metales desconocidos. Observó aún más, en las paredes de la caverna, en diferentes posiciones y alturas estratégicamente una serie de compuertas, como si el mejor sistema de riego o ventilación tenía su existencia allí, en ese lugar… Se dispuso a salir, pero antes, oteo sobre su alrededor y se percató de las faenas inconclusas; varios tipos de herramientas y pertrechos diversos esparcidos en diferentes lugares, carretones de manos cargados con metales y otros volteados, pilas de piedras sobre los pisos barrosos y otras de metal más puro, brillante. Cogió con sus manos el metal que pudo asir, y en ese instante asimiló otro importante detalle; a lo menos identificó dos esqueletos de mulares y una decena de humanos… comprendió que lo ocurrido fue una tragedia. Rápido escaló las escaleras hacia la salida, y en su apresuramiento por alcanzar el último escalón de la entrada se le calló una piedra, la cual fue golpeando los peldaños de hierro hacia el vacío, desatando un tremendo ruido encadenado y amplificado en cientos de veces por las galerías endemoniadas de la mina… entonces el Negro volvió a enojarse.
Ese día Domingo, don Osvaldo fue a visitar a su familia a Pama y en el trayecto, cercano al cerro Amarillo nos encontramos con él, le comentó a mi padre con detalles sucintos de haber desaguado la mina, sin informar del tremendo hallazgo, y en forma graciosa como acostumbraba hacia mi persona, me dirigió unos comentos de habérsele aparecido un “Duende” negro y pequeño que vestía un paletó rojo y corto, similar a los que usan los monos de un organillero. Y este lo persiguió con insultos indefinibles varios metros fuera de la mina hasta los molles de la quebrada, y porfiaba airadamente el cascarrabias hasta recuperar la mayor parte de las piedras que el había extraído. - ¡me las quitó el condenado! - ¿no le dio miedo? Le pregunté. ¡No!, en un principio me dio risa por aniñado el carajo, pero ahora dimensionando las cosas, ni yo mismo lo puedo creer… debe ser una aparición de verdad. Le salio la voz dudativa y temblorosa…
Pasaron algunos días, y los mineros comentaban que habían podido controlar las aguas de la mina, descubriendo ciertas galerías con metales de muy buena ley. No era la dimensión, de lo que comentó don Osvaldo, puesto que las aguas ese mismo día de la aparición volvieron a inundar gran parte de lo mostrado en la mañana. Don Emiliano, estaba eufórico de contento y le creyó a Osvaldo, salvo lo del duende que lo tomó como una mentirilla piadosa ante tan grandilocuencia de mineral. Sin dejarse estar, de inmediato, personalmente pidió audiencia con el Ministro de Minería en Santiago para comentarle del descubrimiento y solicitar las ayudas crediticias necesarias. En resultado, efectuada la reunión el Ministro se comprometió a enviarle una comitiva de Ingenieros visitadores al día siguiente.
Don Emiliano al regresar desde Santiago, pasó a Los Vilos y compró varias sartas de merluzas y otros alimentos no perecibles, los que entusiasmadamente los repartió entre los vecinos del Parral y Pama, además les ofreció más de veinte puestos de trabajos y otros cuarenta y tantos a obreros de Combarbalá. Su entusiasmo era contagioso, en los preparativos para la fiesta, a los vecinos les compró varios animales; sólo en mi casa, compró tres cabros, dos corderos, tres gallinas y varios Kilos de quesos, para recibir a los enviados de Santiago y citó a todos los trabajadores y amigos para esta celebración, puesto que quería demostrar la importancia de la “Mina del Negro” para la familia trabajadora. Entonces, se ganó el cariño de todos los lugareños quienes querendonamente le apodaron don “Robin Hood”, por el hecho de ayudar a los vecinos pobres. El gesto y la actitud del dueño de la mina eran naturales y su amabilidad trajo sus beneficios, le valió contar con el apoyo del Estado y el Negro puso de su parte, dejó que las cosas se dieran en ese contexto… La mina empezaba a producir interrumpidamente, El Negro era sabio, el Negro daba y el Negro quitaba…
Los trabajos se desarrollaban en turnos, a mis años de niñez me era familiar ver el desfile de mineros de ida y regreso a la mina, a horas exactas, tarde mañana y noche. Era inconfundible por las noches la luminosidad de las lámparas de carburo que se desplazaban como luciérnagas en el silencio del invierno, conocíamos quienes eran aquellos hombres, les reconocíamos por el tranqueo y el vaivén de la luz, jugábamos adivinar a la distancia quien era, de nuestras voces de niños burlonas salían los apodos precisos que a fe de bautismo le asignaron a cada uno de ellos en la mina.
De vez en cuando, una tía abuela nos mandaba con las viandas a dejarle el almuerzo a su esposo. No éramos los únicos, nos juntamos varios viandantes palomillas y jugamos felizmente a cosas de niños, hasta que no faltaba algún temeroso que se acordaba del Negro, en sicosis colectiva entrábamos en pánico y nuestro mandato se transformaba en un martirio… Mientras mi anciano tío achicaba metales en una cancha, debajo de un añoso espino descuajado por el tiempo, nos contestaba nuestras tímidas preguntas -¿…tío ha visto al Negro, cómo es…? , entonces mi tío, se tomaba el tiempo de su merienda para comentarnos parsimoniosamente sus experiencias y la de otros mineros con el Negro… Todos sabemos que el Negro, es el Diablo, se ha aparecido de muchas formas incluso años atrás ha cobrado la vida de algunos mineros, sobre todo aquellos bandidos o ladrones que no respetan la mina y que han intentado robar sus metales ó robarles dinero a sus compañeros. El Negro es temperamental, travieso, burlón y le gusta jugar con las almas de nosotros, si alguien le cae en desgracia es fijo que se lo lleva de las patas o lo tira por un pique abajo. Le gusta hacer pactos con los mineros, pero siempre gana y cada cierta cantidad de años cuando a los patrones le entra la avaricia le da por enterrar o inundar la mina y se manda a cambiar a otras, como la Mina Los Sapos o La Mina Lana de las que yo conozco, hace sus chamullos en ellas y luego vuelve, pero esta es la mina preferida.
Mi tío, cada vez que le podíamos escuchar nos comentaba cuantas historias del Negro, pero no nos daba la imagen que queríamos comparar con el Duende de don Osvaldo, entonces seguimos averiguando; en una oportunidad llegamos a un pirquén y encontramos a “Los Paisanitos” unos mineros hermanos que trabajaban inseparablemente, quizás por miedo a estar solos. A pesar de que todos ellos, afirmaban a ver visto el Negro, no coincidían sus descripciones. El Negro es un Cuero del Agua que se crió en un pique y se traga a los mineros descuidados, por eso nadie quiere trabajar adentro – dijo uno de ellos. ¡No!, respondió otro, es un hombre grande de dos metros africano que todavía vive allí adentro, desde el tiempo de la esclavitud cuando los trajeron a trabajar la mina, sale por las noches y se alimenta de animales y de gente cuando sea el caso. Yo lo que he visto es un perro negro con ojos de fuego, del porte de un buey, agregó otro, y el último con cara de respeto y más tenebroso que el resto, dijo: El Negro, es un negrito de piel retinta pelos achumascados, un adolescente de un metro y veinte, de dientes y ojos blancos. Es juguetón y triste a la vez, no es malo es travieso, los mineros se asustan piensan que es el Diablo disfrazado, yo prefiero pensar que es un ánima que murió trabajando en la mina, como comentaba mi Taitita.
La mina producía apaciblemente, habían transcurrido más de cuatro años, el Negro aparecía de vez en cuando a ciertas personas amigables, como lo comentaba don Osvaldo: “parece que quiere integrarse a nosotros, pero no se acerca más de veinte metros, tampoco recibe alimentos y no responde a mis palabras. Cuando al anochecer me encamino a Pama, le dá por seguirme, me tira piedras en son de jugarretas, pero en otras me sigue a insultos hasta la Cueva de los brujos, allí se retaca y se regresa velozmente desapareciendo en la oscuridad. En una oportunidad de noche, me tocó reparar los flotadores del trapiche y el Negrito no me dejaba trabajar; apagaba la luz, saltaba en las poleas y se montaba en las ruedas del trapiche mientras estas giraban. Lo recuerdo muy bien, por que perdió un zapato al atorarlo entre las ruedas. Yo lo guardé, era de niño, con la punta repingada de cuero grueso y de suela entaquillada, a la usanza de mediado del 1.800 y su chaqueta de napa roja también se asimilaba a esa época, por lo que he visto en los libros antiguos”.
El Negro parecía conforme con la explotación de la mina, y se mostraba anímoso con los pocos mineros que tenía contacto. Sin embargo, en el interior de los piques las inundaciones por las aguas tenían un comportamiento extraño, en días amanecían secos y en otros llenos de agua. Don Osvaldo, con una inteligencia superior a un ingeniero común, decidió estudiar este comportamiento hidráulico. En solitario se adentró en la mina y volvió a sorprenderse, el Negrito trabajaba laboriosamente abriendo y cerrando compuertas, llenando y vaciando galerías como en un sistema de exclusas, las aguas venían y desaparecían como ríos subterráneos, entonces Osvaldo gravó mentalmente el comportamiento secuencial y precisó de estos mecanismos construidos en base a engranajes de maderas y la fuerza del agua. Se requería mantener la presión de los fluidos circulante y era necesario vaciar e inundar piques y galerías. Se explicó a si mismo el por que alternadamente se podían explotar niveles secos y después se inundaban, se explicó el dicho de los mineros antiguos “el Negro daba y el Negro quitaba…” había una razón más poderosa quizás, se le metió entre cejas que no podía ser un simple capricho de aquel muchacho, que aún que fuera solo una aparición fantasmal le estaba mostrando un mensaje, un acontecimiento o un comportamiento cierto de la mina. Después de dos años de pensar y pensar, me comentó que el cerro del yacimiento era bastante inestable para soportarse por si solo, las vetas son hidrotermales encajadas en andesitas y sus minerales principales eran la calcosita y plata, y en la ganga se encontraba calcita y baritina, metales blandos, en fin llegó a deducir que el sistema hidráulico en el interior del yacimiento basado en exclusas y compuertas mantenían un equilibrio de presiones por la circulación del agua y bolsones de aire que evitaba que la mina se derrumbase. Al romper estos equilibrios sería el final de la mina, pues entonces cada ves que se extraían materiales en demasía de su interior el Negrito, trabajaba mucho para equilibrar las presiones y evitar un colapso.
Los últimos tiempos con el apoyo de potentes compresores amarillos que alimentaban bombas y perforadoras neumáticas, la producción se había triplicado y la planta de concentrados funcionaba día y noche, al Negro no se le veía desde hace un tiempo y el temor hacia él estaba desapareciendo, el progreso y los nuevos tiempos sepultaban el misterio de su existencia. Y, a pesar de que eran meses de invierno las potentes máquinas cada vez bajaban más el nivel de las aguas y tal vez el Negrito, luchaba en las profundidades abismales de los piques para mantener el equilibrio con sus compuertas, como desde niño lo hacía, ante la amenaza eminente del derrumbe producido por el hombre. Trabajos que solo se detuvieron por el día de una concentración popular de trabajadores mineros en Combarbalá, el motivo era organizar las celebraciones de la pronta promulgación de la ley de nacionalización del cobre chileno, impulsada por el gobierno de Allende. Después de esa concentración minera, los hombres volvieron azuzados y muy esperanzados de las participaciones en las riquezas que por derecho les correspondería, entonces pusieron todas sus fuerzas y entrega en su trabajo. La producción día a día aumentaba considerablemente, no importaban las lluvias ni los días grises de aquel invierno mesurado, el sudor de los hombres emanaba de los cuerpos al golpe ametrallador de sus esfuerzos, las sienes calientes nublaban sus mentes y las diferencias de sus propósitos eran desconocidas, solo su comportamiento era masivo y sin discrepancia ante el aumentar la producción. Las esperanzas y la avaricia fueron en aumento, por un abismo insondable sin la existencia de límites y sin imaginar el fin.
El Negro desde hace tiempo no se ve, pensaba Osvaldo, mientras calentaba su choquero en un fuego resistido en la fría tarde del 7 de Julio, las nubes anochecidas amenazaban arrolladoras y las reminiscencias le envolvían su pensar… con tristeza miró el zapatito del Negro sobre la pequeña caja musical que le había comprado para cuando le viera…, pero quizás ya es tarde. Es tarde para muchas cosas, se dijo así mismo… mientras la lluvia suavemente iniciaba su llanto natural sobre la noche declarada. Al despertar a la mañana siguiente, se encontró con un día plomizo y desesperanzado, extremadamente calmo y presentido. Sólo le volvió la alegría al percatarse que vinieron a buscar el zapato y la caja musical, ya no estaban… –vino a verme por la noche, él existe…– y tuvo la convicción de que en ese día el Negro volvería aparecer en la mina, volvería hacer la justicia que pretendía a su forma y a su ley.
Fue así que ese día maldito del 8 de julio del año 1971, a las 23:04 un sismo de grado 7,75 de la escala Richter, azoló la zona de Salamanca, Illapel y Combarbalá, la Mina del Negro como muchas otras de la comarca fue sepultada, hasta el día de hoy. Los dueños de la Mina con un reducido grupo de mineros en decadencia, continuaron explotando otros pirquenes aledaños y mantuvieron la planta procesadora agónicamente hasta los inicios de los ochenta, produciéndose su cierre definitivo. Los mineros emigraron a otras minas del sector sin mayor suerte. Algunos se reubicaron en la “Mina Lana” del Soruco, en donde se sucedieron una serie de tragedias, los accidentes producto de los derrumbes y asentamientos de la mina cobraron la vida de varios mineros y otros quedaron inválidos para el resto de sus días. Algunos atribuían a la presencia de un ser maléfico ya conocido en el sector, que no soportaba la sobreexplotación innecesaria de las minas. Al poco tiempo, y ante sucesivos accidentes la “Mina Lana” debió cerrarse por la falta de seguridad para sus trabajadores.
Mi reconocimiento para los antiguos mineros de mi tierra que ya no están y que tuve la suerte de conocerles y les mantengo en mi recuerdo tan latente, como la frase que ellos mismo esculpieron en la historia: “El Negro era sabio, el Negro daba y el Negro quitaba…”