martes, 28 de diciembre de 2010

CRIMEN EN LA ESTACION DE PAMA


CRIMEN EN LA  ESTACIÓN  DE PAMA

Por, Clenardo Zepeda Cortes.


Pama,  Viernes 31 de Diciembre de 1954.
 
Tengo la espera de tu llegada, y callado caminé al tranvía, temeroso por el frío reinante, pensamientos ira y porfía, erguido en mi postura desafiante… olvidando o queriendo hacerlo, con un sesgo soslayado escapando a mi pensamiento perturbado. ¡Amada mía!, ¿cómo olvidar ese verano indescifrable?, ¡¿es que no tiene palabras para contarlo?!, mis lágrimas no se escriben para explicar esa inmensa falta que me haces…

Hoy me encuentro abatido y entregado a la espera, en una descolorida banca de la Estación de Pama, en medio de un tumulto indescriptible de gentes extrañas e inexistentes, perturbadoras de mi silencio raudo e inocente, mirando los rieles perdidos en la distancia de la noche, esperanzado de que pronto aquella luz encandiladora de la “V 820” ilumine las laderas de Casas Blancas… Que aquella luz esperanzadora me dé un suspiro de vida en esta noche maldita que no quiere avanzar y, solo quiero verte bajar de aquel vagón funéreo, escondida en el medio de tanta desesperanza… y, cuando llegues no sabré que hacer, no sabré que decirte, tal vez llore o quizás me haga el olvidado…

El año ha pasado tan triste para mí, en mis espacios de soledad te he idealizado de tantas maneras, Mi amor, como tú nunca lo podrías imaginar… En tantos sueños me has acompañado y hemos viajados por mundos abstractos, difusos, desvanecidos en brumas de bosques encantados, azafranados de melancolía… y cuando esta terrible depresión me invade, y el matraqueo del dolor oprime mis sienes hasta el aturdimiento, arrastrándome al abismo indecible de la locura, emerges consolando mis lágrimas que mugidas en mi almohada dan cuenta de tu amor… Solo tú me arrullas y me quietas hasta mi redención, entonces el aletargamiento de la medicina, me hace bambolear y caer en el desvanecimiento del sueño y del perdón…

Suelo caminar a diario kilómetros, deambulando por la línea del tren, como queriendo salir al encuentro de tu llegada o avanzando en la marcha de tu partida. El sol requiebra mi piel y apura la sangre en mi cabeza, siento el estrangulamiento del torrente. La lluvia la pone fría, hasta la sensación del congelamiento. La gente me mira al pasar culpándome o apiadándose, y entre comentarios indecibles, no pueden evitar esas absurdas expresiones en sus rostros… parezco drogadicto deambulando en la nada de los rieles, no puedo explicarles lo que me pasa, lo que hice, hasta yo mismo no me entiendo, a veces me pierdo, me suspendo en un punto infinito y me quedo, me quedo…, viajo por la inconsciencia de la enfermedad – «me dicen». Suelo morir y despertar días después cuando alguien cercano me recuerda que existo y depositan en mi boca varias pastillas. – «Me dicen»; que el doctor dijo…, algo. Y, vuelvo después del viaje a existir… A existir, porque tú recuerdo y el pensar en ti, hace más llevadera mi pesadilla en medio de mi tormenta de culpa. Es por ello, Mi amor, que te espero en cada expreso que pasa, ya son muchos los trenes que he sumado y agolpándome en mi puesto enhiesto, espero, no me importa la hora de tu llegada, te esperaré…

 
El tren de la tarde de aquel Viernes 24 de Diciembre del año 1954, se había retrasado demasiado y la espera fue larga para mi… pero era otro tren más, de los tantos que he esperado, sólo pensé que ese día podría ser un milagro… el sol fulgurado lentamente fue decayendo hasta adormilarse en el ocaso Pamino, para dar paso al crepúsculo bureado y entregado a la noche acaecida… Y, cuando un pesado reloj extraído de una solapa a cuadros, consignaba en sus agujas tictanqueras las dos menos diez de la mañana… ¡ Un silbido libertario escuché ! en la lontananza de los cerros de La Garrigue, escapado desde el brocal del túnel El Espino y replicados por ecos sucumbidos en la inmensidad de los cerros, perdido en la lejanía de la noche abstracta, consternada y hermosa… y bajo el silencio brisado por minutos tardíos, adormecidos en letanías capciosas por las somnolencias del gentío, se escucha… un traqueteo a lo lejos, un acelerante machacar de fierros sin tregua, pensé en mi maldito dolor de cabeza insufrible, pero… sin duda, es la locomotora “V 820” que lastimeramente se siente y, atragantada por las bocanadas de humos negros escapa unos bufidos carrasperos, agudos y graves. Eran sus pitazos de avisos.

Se aproxima, más aprisa de lo pensado… los rieles empiezan agitarse y sucumbir ante el rechinar de las zapatas del rodado. Los fieles durmientes crujen, se esponjan y reniegan ante tanta carga soportada y, a una milla de distancia la potente y única luz de la 820 ilumina tenuemente el cerro La Gloria y, el ronquido de la funérea locomotora se diafragma en opuestos altos y bajos descompuestos por la brisa de la noche… ¡un estruendoso pitazo!, atragantado, sorpresivo y eterno despierta el regazo del sueño de un pueblo vahído y adormilado. Observo; los perros despiertan con ladridos cumplidores y el Jefe de Estación aparece, desde una vivienda contigua, disimulando su par de horas dormidas.


El vaivén continúa maltratando a los durmientes, en comunión… al fin mi mente y la luminosidad, encandilan y se apoderan de una amarillenta Estación. Unos bufidos cortos y amistosos, saludan ó despiertan a los presentes. Mientras se aproxima adolorida y maltrecha disminuyendo las revoluciones del traqueteo hasta que los chillidos de los frenos terminan por detenerla. Entonces, las válvulas de presión, liberan bocanadas de vapor blanco que en un segundo inunda por completo la imponente 820 y, desaparecen en soplos desvanecidos y, otras bocanadas blancas brotan redundantes, como mis etéreos suspiros nacen sin espera, solo en el pensar que vienes en este esquivo convoy detenido frente a mi presencia… Muchas personas bajan y la estación por minutos parece de fiesta, pero al cabo de unos minutos, los más rápidos de la noche, ya pasaron. Luego, un melódico tintinear de una hermosa campana de bronce continuado por un silbato estrepitoso, anuncia subir a bordo. Aún quedando poca gente en el andén continúa mi búsqueda desesperada entre escasas siluetas deformes sin respuestas y deshumanas. Y, pronto un soltar de frenos, una liberación de vapor, los émbolos con presión óptima dan un movimiento a las bielas y un incipiente rechinar de las zapatas girando tozudamente los contrapesos, venciendo la estática y con penas acuestas empiezan a despertar los émbolos y las bielas a bracear con un traqueteo lento, más y más rápido reanudan la marcha… y se aleja, se aleja en la noche, igual que mi esperanza herrumbrada en un mundo podrido… Sé que jamás volverás, yo sé que no volverás, sin embargo mi error me hará esperarte por siempre.


Aquella tarde de agosto del año 1953, cuando llegaste en el Longino por primera vez, no pensé amarte, mi comportamiento abstraído, mi torpe inocencia y limitadas facultades desconcertadas me condenaban a no vivir ese sublime sentimiento. Al verte bajar del tren, me hallé en una sensación de insufrible tristeza invadiendo mi espíritu. Aquella sensación no era mitigada por ninguno de esos sentimientos escasos y efímeros que recuerde, ni por lo severos ni poéticos que el espíritu puede recibir… Yo contemplaba la escena en completo absorto: la bajada de los pasajeros, como siempre solía hacer, como una simple y ritual distracción de un enfermo… Tú espectro alado sin alma bajó de un coche mortuorio para mi ver. Me invadió tan completa depresión de ánimo que yo no podía compararla a otra sensación terrena. Tuve miedo y furibundo eche a correr, lloré una noche entera, atumultuado e inconsciente viví una crisis fuerte. Lo bueno del tormento fue, y lo entendí más tarde, que en todo momento tu imagen funérea no se alejó jamás de mis pensamientos por varios meses.

 
Fue inútil explicar mi arrobamiento, ante tú segunda aparición para la pascua del 53 y, aun que viviera mil años, jamás podría olvidar la intensa emoción con que miré tu figura. Era la mujer más exquisita que a mis 23 años no había contemplado jamás…, me quede perplejo de tus magníficas proporciones, la bella gracia de tus formas de mujer, la brujería de tu gracia femenina me hechizó con una fuerza a la que jamás pude resistir, en ti se reencarnaba lo más sublime de mi ideal, mis más delirantes y frenéticas fantasías… al observarme, estremeciste mi alma y detuviste todos los nervios de mi cuerpo con tu exquisita lozanía.

 
Desde mi acostumbrada postura en el andén, desde donde ha transcurrido la mayor parte de mi tiempo, excepto cuando he estado internado. Te estuve contemplando durante todo el lapso de tu llegada, media hora por lo menos, como si mi espíritu hubiese volado por tu aura, y mi cuerpo estático se hubiese petrificado como una estatua de piedra; y en aquel espacio de tiempo, sentí toda la fuerza de una pasión nunca vivida. Mis sentimientos eran tan diferentes, inexplicables, a todo cuanto había sentido antes respecto a la hermosura humana… Era algo insondable, un ato encadenado, no solo de mi vista, si no que de todas las facultades de pensamientos y sentimientos… entonces advertí, sentí y entendí que me estaba consumiendo por ti. Sin sopesar el entorno ni las condiciones del presente escenario y sin poder gobernar mis instintos esquizofrénicos, me declaré tu profundo enamorado… y de pronto, suspiré con fuerza, expulsando un sentimiento arrobado, y luego suspiros lentos tratando de recuperar una calma incierta hasta el punto de sentir el infinito éxtasis de mi corazón, una felicidad inundó mi ser y en aquellos momentos. ¡Amaba! era mi “primer amor”… así lo estaba entendiendo, y ella me correspondía… ¡¿cómo dudarlo?!, ¡me miró cálidamente en mi estado de petrificación! y me ha saludado con una sonrisa de ángel… dos lagrimas rodaron por mi morena piel.

 
Al día siguiente, en mi casa comentaban, tu llegada a la casa de los vecinos. Provenías de Valpariso y pasarían las fiestas de fin de año y parte del verano con tus tíos. Ese día, mi impulso habitual me llevó a caminar por horas sobre la línea férrea, hasta que mi cuerpo fatigado me obligaba volver con mi mente embobinada de contar tantos durmientes. Al pasar sobre el puente del ferrocarril, adyacente a la estación, pude ver un grupo de niños y jóvenes bañarse en el río, mi corazón se acelera al pensar que allí estabas… Transcurrió gran parte de la tarde, y en mi puesto pendido de la estructura de acero, pude reconocer su hermosa simetría, su rostro oculto por un sombrero alado de caña de arroz, blanco como su piel, dejaban escapar sus cabellos de miel ondulantes y juguetones bajo las sombras de los arrayanes… Transcurría el tiempo y, mientras me hallaba absorto en mi contemplación de esa hermosura hechicera, su rostro vuelve hacia mí, y me despliega un saludo en seña abanicada con sus hermosas y finas manos, de modo que volví a ver todo el perfil de su rostro. Su belleza excedía a todo cuanto yo en mis sueños había supuesto, y aun así, había algo en ella de misterio que me desilusionaba sin poder explicarme exactamente lo que era y, ese espectro alado volvía a rondar mi mente. Sin embargo, mis pensamientos mostraban menos arrobamiento, más tranquilo y entusiasmado, no podía claudicar a un sentimiento nunca sentido en mí, y esa inseguridad debe ser producto a una entrega primera… Algo más había, un secreto indescifrable que yo no podía descubrir. Cierta expresión en ese semblante, me intranquilizaba un poco y, como nunca me preocupé de tomarme puntualmente la medicina, quería estar lúcido. Simplemente ese misterio despertaba mi interés. En realidad, estaba confundido, el amor parece enfermedad incurable y sumado a la mía, me llenó de abstracciones y conjeturas sin sentido… me hallo en un estado del alma que predispone de un inexperto a cometer cualquier extravagancia para obtener ese amor, tan cerca y tan distante a la vez, como la misma muerte…

 
A diario, mis visitas al puente de Pama se sucedieron, ubiqué mi mejor posición de observador de los bañistas, sentado en la viga de acero remachada, pasaba la tarde contemplando su actuar. Hilvanaba yo en mi pensamiento mil planes para poder encontrar el momento de estar con ella, idos y arrancados de este mundo y, poder ver su belleza con más claridad, aquí o en el infinito, en lo terreno o en lo eterno. Y, así sucedió; vahído en mi contemplación sin tiempo del juego de los bañista, el maldito Automotor 330 de un estruendoso pitazo y brusco rechinar ya estaba en la entrada del puente, me paralicé en el acto y me entregue a su mortal golpe, quise verle por última vez, ¡sus brazos alzaba! invitándome hacia ella, ¡su rostro desgarrado lloraba! ¡me llamaba! con tanta vehemencia, que sus súplicas me importaron, ¡no el maldito tren! Entonces salté al río…

 
Los diez metros de altura que nos separaban, no fueron suficientes para interponerse entre nosotros… Desperté maltrecho de mi salto, como un saco apaleado a garrotazos, mi espalda adolorida, como si una manada de caballos me hubiese trillado. ¡Súbitamente! me olvidé de todo aquello, sus ojos enternecidos me contemplaban con ternura, me hablaba delicada y estremecida, sus susurros despertaron mis sentidos y envalentonado por su presencia le dije: – «estoy bien, no se preocupe»–. Esa situación bendita, fue el inicio de nuestros furtivos encuentros, y a su vez el inicio de una irreparable acción indefinible…, un crimen…

 
Por las noches de lunas nos amamos en los pajares, en las vegas del río, en los vagones estacionados en espera de carga y en las faldas del cerro contemplando el valle… fue un verano intenso de amor y locura. La gente nos miraba extraña al vernos pasar, no comprendía nuestro afiatamiento, para mí era sublime. Era felicidad.


Las cosechas del trigo de los fundos cercanos estaba culminando, a diario las carretas cargadas en hileras llegaban a la estación. Tres carros del ferrocarril apostados en un ramal esperaban ser cargados. Me pasé la mañana observándole a los peones como iban grano a grano llenando los carros… Ayer por la tarde rompiste mi más hermoso sueño, tus vacaciones se terminaban  y a pesar de que fuiste sincera conmigo no quería dejarte marchar, no quería perderte. No asimilé tus palabras: – «Lo nuestro no puede ser, mañana por la noche tomaré el tren del norte y viajaré a Valparaíso. En una semana partiré en barco a Estocolmo para reunirme con mi esposo… él es marino, se ha radicado en Suecia. Él me da seguridad, creo que le amo y debo estar a su lado»-. Sus palabras zumbaban en mi mente, mi cabeza oscilaba en extremos y cada vez aumentaban en fervor. Mi alma apretó mi pecho y, atragantado en llanto no tuve reacción, quedé impávido mientras ella se alejaba dejándome en mi frente un dulce beso de despedida.

 
Hoy por la tarde, le vi pasar por un andén de la estación, quizás fue a verificar su viaje por la noche, entonces tomé mi decisión. Corrí por detrás de las bodegas e intercepté su paso y la retuve. La noche incipiente caía sobre un atardecer mortecino cubriendo un horizonte rojizo sobre los cerros aplastados por la tarde… Te cogí con todo mi ímpetu llevándote a un vagón cargado con trigo. No te dejé hablar, tus palabras anteriores fueron suficientes, parecías no resistirte, tus ojos me miraban compadecidos, mientras mi cuerpo te cogía con fuerzas y el máximo deseo. Semi enterrados sobre ese mar de semillas nuestros cuerpos jadeaban en una lucha de entrega sin límites, te sucumbí a besos y robé toda tu respiración, apreté tu suave cuello y cada vez lo sentí más y más suave… tus ojos me miraban somnolientos y emborrachados, algo querían comunicarme, te sentía mía y no escaparías jamás… El tiempo se detuvo para mí, solo tu mirada tierna y embriagada empezaba a cerrarse lentamente, mientras tu rostro pálido me entregaba toda su belleza suspendida en un punto infinito… La noche cayó lenta, tú palidez se puso fría como tú cuerpo inerte. Quise abrigar tu sueño, entonces te cubrí completamente con el trigo y esperé horas a que despertaras… El tren avisó en la lejanía, era tú tren que llegaba ufanando entre matraqueos de rieles. Se detuvo en la estación, bajó y subió gente entre bullicios para mi lejanos y vagos, permanecí en el carro en mi vigilia. La noche era limpia, la luna llena reflejaba fulgurante su claridad sobre los granos de trigo y tú no despertabas. Sentí maniobras de rieles y ajetreos de enganches, un brusco movimiento sacó nuestro carro de la inercia y empezábamos a movernos. Tu permanecías completamente cubierta, no quise despertarte, entendí que debía dejarte marchar… dos lágrimas rodaron en mi rostro y te dejé partir en tu sueño, me descolgué mientras el tren iniciaba su marcha, y te alejaste para siempre en ese maldito vagón cubierta de amor y trigo.     

 
Un año después, tengo la espera de tu llegada, tengo la noche despierta… tengo la Estación de Pama en desconcierto a la espera del tren que ha demorado más allá de mi paciencia… camino y no me entiendo, avanzo y no me encuentro, recorro cientos de metros hacia el sur sobre los durmientes calcinados, apestados en la conjunción de la piedra balastro, el hierro y el polvo de los remolinos de la pascua… ¡¡¿cómo quiero ir al encuentro de ese maldito tren?!!, para que me devuelva ese gran amor de verano que me llevaste más allá de mi desgarrado discernimiento, que no pude detener, en mi escasa comprensión del amor y, más allá de aquella línea sin límite de rieles paralelos equidistantes, está mi esperanza y mi más profundo dolor por el querer retenerte eternamente conmigo…