CRIMEN EN LA ESTACIÓN DE PAMA
Por, Clenardo Zepeda Cortes.
Pama, Viernes 31 de Diciembre de 1954.
Tengo la espera de tu llegada, y callado
caminé al tranvía, temeroso por el frío reinante, pensamientos ira y porfía,
erguido en mi postura desafiante… olvidando o queriendo hacerlo, con un sesgo
soslayado escapando a mi pensamiento perturbado. ¡Amada mía!, ¿cómo olvidar ese
verano indescifrable?, ¡¿es que no tiene palabras para contarlo?!, mis lágrimas
no se escriben para explicar esa inmensa falta que me haces…
Hoy me encuentro abatido y entregado a la
espera, en una descolorida banca de la Estación de Pama, en medio de un tumulto
indescriptible de gentes extrañas e inexistentes, perturbadoras de mi silencio
raudo e inocente, mirando los rieles perdidos en la distancia de la noche,
esperanzado de que pronto aquella luz encandiladora de la “V 820” ilumine las
laderas de Casas Blancas… Que aquella luz esperanzadora me dé un suspiro de
vida en esta noche maldita que no quiere avanzar y, solo quiero verte bajar de
aquel vagón funéreo, escondida en el medio de tanta desesperanza… y, cuando
llegues no sabré que hacer, no sabré que decirte, tal vez llore o quizás me
haga el olvidado…
El año ha pasado tan triste para mí, en mis
espacios de soledad te he idealizado de tantas maneras, Mi amor, como tú nunca
lo podrías imaginar… En tantos sueños me has acompañado y hemos viajados por
mundos abstractos, difusos, desvanecidos en brumas de bosques encantados,
azafranados de melancolía… y cuando esta terrible depresión me invade, y el
matraqueo del dolor oprime mis sienes hasta el aturdimiento, arrastrándome al
abismo indecible de la locura, emerges consolando mis lágrimas que mugidas en
mi almohada dan cuenta de tu amor… Solo tú me arrullas y me quietas hasta mi
redención, entonces el aletargamiento de la medicina, me hace bambolear y caer
en el desvanecimiento del sueño y del perdón…
Suelo caminar a diario kilómetros, deambulando
por la línea del tren, como queriendo salir al encuentro de tu llegada o
avanzando en la marcha de tu partida. El sol requiebra mi piel y apura la
sangre en mi cabeza, siento el estrangulamiento del torrente. La lluvia la pone
fría, hasta la sensación del congelamiento. La gente me mira al pasar
culpándome o apiadándose, y entre comentarios indecibles, no pueden evitar esas
absurdas expresiones en sus rostros… parezco drogadicto deambulando en la nada
de los rieles, no puedo explicarles lo que me pasa, lo que hice, hasta yo mismo
no me entiendo, a veces me pierdo, me suspendo en un punto infinito y me quedo,
me quedo…, viajo por la inconsciencia de la enfermedad – «me dicen». Suelo
morir y despertar días después cuando alguien cercano me recuerda que existo y
depositan en mi boca varias pastillas. – «Me dicen»; que el doctor dijo…, algo.
Y, vuelvo después del viaje a existir… A existir, porque tú recuerdo y el
pensar en ti, hace más llevadera mi pesadilla en medio de mi tormenta de culpa.
Es por ello, Mi amor, que te espero en cada expreso que pasa, ya son muchos los
trenes que he sumado y agolpándome en mi puesto enhiesto, espero, no me importa
la hora de tu llegada, te esperaré…
El tren de la tarde de aquel Viernes 24 de
Diciembre del año 1954, se había retrasado demasiado y la espera fue larga para
mi… pero era otro tren más, de los tantos que he esperado, sólo pensé que ese
día podría ser un milagro… el sol fulgurado lentamente fue decayendo hasta
adormilarse en el ocaso Pamino, para dar paso al crepúsculo bureado y entregado
a la noche acaecida… Y, cuando un pesado reloj extraído de una solapa a cuadros,
consignaba en sus agujas tictanqueras las dos menos diez de la mañana… ¡ Un
silbido libertario escuché ! en la lontananza de los cerros de La Garrigue,
escapado desde el brocal del túnel El Espino y replicados por ecos sucumbidos
en la inmensidad de los cerros, perdido en la lejanía de la noche abstracta,
consternada y hermosa… y bajo el silencio brisado por minutos tardíos,
adormecidos en letanías capciosas por las somnolencias del gentío, se escucha…
un traqueteo a lo lejos, un acelerante machacar de fierros sin tregua, pensé en
mi maldito dolor de cabeza insufrible, pero… sin duda, es la locomotora “V 820”
que lastimeramente se siente y, atragantada por las bocanadas de humos negros
escapa unos bufidos carrasperos, agudos y graves. Eran sus pitazos de avisos.
Se aproxima, más aprisa de lo pensado… los
rieles empiezan agitarse y sucumbir ante el rechinar de las zapatas del rodado.
Los fieles durmientes crujen, se esponjan y reniegan ante tanta carga soportada
y, a una milla de distancia la potente y única luz de la 820 ilumina tenuemente
el cerro La Gloria y, el ronquido de la funérea locomotora se diafragma en
opuestos altos y bajos descompuestos por la brisa de la noche… ¡un estruendoso
pitazo!, atragantado, sorpresivo y eterno despierta el regazo del sueño de un
pueblo vahído y adormilado. Observo; los perros despiertan con ladridos
cumplidores y el Jefe de Estación aparece, desde una vivienda contigua,
disimulando su par de horas dormidas.
El vaivén continúa maltratando a los durmientes,
en comunión… al fin mi mente y la luminosidad, encandilan y se apoderan de una
amarillenta Estación. Unos bufidos cortos y amistosos, saludan ó despiertan a
los presentes. Mientras se aproxima adolorida y maltrecha disminuyendo las
revoluciones del traqueteo hasta que los chillidos de los frenos terminan por
detenerla. Entonces, las válvulas de presión, liberan bocanadas de vapor blanco
que en un segundo inunda por completo la imponente 820 y, desaparecen en soplos
desvanecidos y, otras bocanadas blancas brotan redundantes, como mis etéreos
suspiros nacen sin espera, solo en el pensar que vienes en este esquivo convoy
detenido frente a mi presencia… Muchas personas bajan y la estación por minutos
parece de fiesta, pero al cabo de unos minutos, los más rápidos de la noche, ya
pasaron. Luego, un melódico tintinear de una hermosa campana de bronce
continuado por un silbato estrepitoso, anuncia subir a bordo. Aún quedando poca
gente en el andén continúa mi búsqueda desesperada entre escasas siluetas deformes
sin respuestas y deshumanas. Y, pronto un soltar de frenos, una liberación de
vapor, los émbolos con presión óptima dan un movimiento a las bielas y un
incipiente rechinar de las zapatas girando tozudamente los contrapesos,
venciendo la estática y con penas acuestas empiezan a despertar los émbolos y
las bielas a bracear con un traqueteo lento, más y más rápido reanudan la
marcha… y se aleja, se aleja en la noche, igual que mi esperanza herrumbrada en
un mundo podrido… Sé que jamás volverás, yo sé que no volverás, sin embargo mi
error me hará esperarte por siempre.
Aquella tarde de agosto del año 1953, cuando
llegaste en el Longino por primera vez, no pensé amarte, mi comportamiento
abstraído, mi torpe inocencia y limitadas facultades desconcertadas me condenaban
a no vivir ese sublime sentimiento. Al verte bajar del tren, me hallé en una
sensación de insufrible tristeza invadiendo mi espíritu. Aquella sensación no
era mitigada por ninguno de esos sentimientos escasos y efímeros que recuerde,
ni por lo severos ni poéticos que el espíritu puede recibir… Yo contemplaba la
escena en completo absorto: la bajada de los pasajeros, como siempre solía
hacer, como una simple y ritual distracción de un enfermo… Tú espectro alado
sin alma bajó de un coche mortuorio para mi ver. Me invadió tan completa
depresión de ánimo que yo no podía compararla a otra sensación terrena. Tuve
miedo y furibundo eche a correr, lloré una noche entera, atumultuado e
inconsciente viví una crisis fuerte. Lo bueno del tormento fue, y lo entendí
más tarde, que en todo momento tu imagen funérea no se alejó jamás de mis
pensamientos por varios meses.
Fue inútil explicar mi arrobamiento, ante tú
segunda aparición para la pascua del 53 y, aun que viviera mil años, jamás
podría olvidar la intensa emoción con que miré tu figura. Era la mujer más
exquisita que a mis 23 años no había contemplado jamás…, me quede perplejo de
tus magníficas proporciones, la bella gracia de tus formas de mujer, la
brujería de tu gracia femenina me hechizó con una fuerza a la que jamás pude
resistir, en ti se reencarnaba lo más sublime de mi ideal, mis más delirantes y
frenéticas fantasías… al observarme, estremeciste mi alma y detuviste todos los
nervios de mi cuerpo con tu exquisita lozanía.
Desde mi acostumbrada postura en el andén,
desde donde ha transcurrido la mayor parte de mi tiempo, excepto cuando he
estado internado. Te estuve contemplando durante todo el lapso de tu llegada, media
hora por lo menos, como si mi espíritu hubiese volado por tu aura, y mi cuerpo
estático se hubiese petrificado como una estatua de piedra; y en aquel espacio
de tiempo, sentí toda la fuerza de una pasión nunca vivida. Mis sentimientos
eran tan diferentes, inexplicables, a todo cuanto había sentido antes respecto
a la hermosura humana… Era algo insondable, un ato encadenado, no solo de mi
vista, si no que de todas las facultades de pensamientos y sentimientos…
entonces advertí, sentí y entendí que me estaba consumiendo por ti. Sin sopesar
el entorno ni las condiciones del presente escenario y sin poder gobernar mis
instintos esquizofrénicos, me declaré tu profundo enamorado… y de pronto,
suspiré con fuerza, expulsando un sentimiento arrobado, y luego suspiros lentos
tratando de recuperar una calma incierta hasta el punto de sentir el infinito
éxtasis de mi corazón, una felicidad inundó mi ser y en aquellos momentos.
¡Amaba! era mi “primer amor”… así lo estaba entendiendo, y ella me
correspondía… ¡¿cómo dudarlo?!, ¡me miró cálidamente en mi estado de
petrificación! y me ha saludado con una sonrisa de ángel… dos lagrimas rodaron
por mi morena piel.
Al día siguiente, en mi casa comentaban, tu
llegada a la casa de los vecinos. Provenías de Valpariso y pasarían las fiestas
de fin de año y parte del verano con tus tíos. Ese día, mi impulso habitual me
llevó a caminar por horas sobre la línea férrea, hasta que mi cuerpo fatigado
me obligaba volver con mi mente embobinada de contar tantos durmientes. Al
pasar sobre el puente del ferrocarril, adyacente a la estación, pude ver un
grupo de niños y jóvenes bañarse en el río, mi corazón se acelera al pensar que
allí estabas… Transcurrió gran parte de la tarde, y en mi puesto pendido de la
estructura de acero, pude reconocer su hermosa simetría, su rostro oculto por
un sombrero alado de caña de arroz, blanco como su piel, dejaban escapar sus
cabellos de miel ondulantes y juguetones bajo las sombras de los arrayanes…
Transcurría el tiempo y, mientras me hallaba absorto en mi contemplación de esa
hermosura hechicera, su rostro vuelve hacia mí, y me despliega un saludo en
seña abanicada con sus hermosas y finas manos, de modo que volví a ver todo el
perfil de su rostro. Su belleza excedía a todo cuanto yo en mis sueños había
supuesto, y aun así, había algo en ella de misterio que me desilusionaba sin
poder explicarme exactamente lo que era y, ese espectro alado volvía a rondar
mi mente. Sin embargo, mis pensamientos mostraban menos arrobamiento, más
tranquilo y entusiasmado, no podía claudicar a un sentimiento nunca sentido en
mí, y esa inseguridad debe ser producto a una entrega primera… Algo más había,
un secreto indescifrable que yo no podía descubrir. Cierta expresión en ese
semblante, me intranquilizaba un poco y, como nunca me preocupé de tomarme
puntualmente la medicina, quería estar lúcido. Simplemente ese misterio
despertaba mi interés. En realidad, estaba confundido, el amor parece
enfermedad incurable y sumado a la mía, me llenó de abstracciones y conjeturas
sin sentido… me hallo en un estado del alma que predispone de un inexperto a
cometer cualquier extravagancia para obtener ese amor, tan cerca y tan distante
a la vez, como la misma muerte…
A diario, mis visitas al puente de Pama se
sucedieron, ubiqué mi mejor posición de observador de los bañistas, sentado en
la viga de acero remachada, pasaba la tarde contemplando su actuar. Hilvanaba
yo en mi pensamiento mil planes para poder encontrar el momento de estar con
ella, idos y arrancados de este mundo y, poder ver su belleza con más claridad,
aquí o en el infinito, en lo terreno o en lo eterno. Y, así sucedió; vahído en
mi contemplación sin tiempo del juego de los bañista, el maldito Automotor 330
de un estruendoso pitazo y brusco rechinar ya estaba en la entrada del puente,
me paralicé en el acto y me entregue a su mortal golpe, quise verle por última
vez, ¡sus brazos alzaba! invitándome hacia ella, ¡su rostro desgarrado lloraba!
¡me llamaba! con tanta vehemencia, que sus súplicas me importaron, ¡no el
maldito tren! Entonces salté al río…
Los diez metros de altura que nos separaban,
no fueron suficientes para interponerse entre nosotros… Desperté maltrecho de
mi salto, como un saco apaleado a garrotazos, mi espalda adolorida, como si una
manada de caballos me hubiese trillado. ¡Súbitamente! me olvidé de todo
aquello, sus ojos enternecidos me contemplaban con ternura, me hablaba delicada
y estremecida, sus susurros despertaron mis sentidos y envalentonado por su
presencia le dije: – «estoy bien, no se preocupe»–. Esa situación bendita, fue
el inicio de nuestros furtivos encuentros, y a su vez el inicio de una
irreparable acción indefinible…, un crimen…
Por las noches de lunas nos amamos en los
pajares, en las vegas del río, en los vagones estacionados en espera de carga y
en las faldas del cerro contemplando el valle… fue un verano intenso de amor y
locura. La gente nos miraba extraña al vernos pasar, no comprendía nuestro
afiatamiento, para mí era sublime. Era felicidad.
Las cosechas del trigo de los fundos cercanos
estaba culminando, a diario las carretas cargadas en hileras llegaban a la
estación. Tres carros del ferrocarril apostados en un ramal esperaban ser
cargados. Me pasé la mañana observándole a los peones como iban grano a grano
llenando los carros… Ayer por la tarde rompiste mi más hermoso sueño, tus
vacaciones se terminaban y a pesar de
que fuiste sincera conmigo no quería dejarte marchar, no quería perderte. No
asimilé tus palabras: – «Lo nuestro no puede ser, mañana por la noche tomaré el
tren del norte y viajaré a Valparaíso. En una semana partiré en barco a Estocolmo
para reunirme con mi esposo… él es marino, se ha radicado en Suecia. Él me da
seguridad, creo que le amo y debo estar a su lado»-. Sus palabras zumbaban en
mi mente, mi cabeza oscilaba en extremos y cada vez aumentaban en fervor. Mi
alma apretó mi pecho y, atragantado en llanto no tuve reacción, quedé impávido
mientras ella se alejaba dejándome en mi frente un dulce beso de despedida.
Hoy por la tarde, le vi pasar por un andén de
la estación, quizás fue a verificar su viaje por la noche, entonces tomé mi
decisión. Corrí por detrás de las bodegas e intercepté su paso y la retuve. La
noche incipiente caía sobre un atardecer mortecino cubriendo un horizonte
rojizo sobre los cerros aplastados por la tarde… Te cogí con todo mi ímpetu
llevándote a un vagón cargado con trigo. No te dejé hablar, tus palabras
anteriores fueron suficientes, parecías no resistirte, tus ojos me miraban
compadecidos, mientras mi cuerpo te cogía con fuerzas y el máximo deseo. Semi
enterrados sobre ese mar de semillas nuestros cuerpos jadeaban en una lucha de
entrega sin límites, te sucumbí a besos y robé toda tu respiración, apreté tu
suave cuello y cada vez lo sentí más y más suave… tus ojos me miraban
somnolientos y emborrachados, algo querían comunicarme, te sentía mía y no escaparías
jamás… El tiempo se detuvo para mí, solo tu mirada tierna y embriagada empezaba
a cerrarse lentamente, mientras tu rostro pálido me entregaba toda su belleza
suspendida en un punto infinito… La noche cayó lenta, tú palidez se puso fría
como tú cuerpo inerte. Quise abrigar tu sueño, entonces te cubrí completamente
con el trigo y esperé horas a que despertaras… El tren avisó en la lejanía, era
tú tren que llegaba ufanando entre matraqueos de rieles. Se detuvo en la
estación, bajó y subió gente entre bullicios para mi lejanos y vagos, permanecí
en el carro en mi vigilia. La noche era limpia, la luna llena reflejaba
fulgurante su claridad sobre los granos de trigo y tú no despertabas. Sentí
maniobras de rieles y ajetreos de enganches, un brusco movimiento sacó nuestro
carro de la inercia y empezábamos a movernos. Tu permanecías completamente
cubierta, no quise despertarte, entendí que debía dejarte marchar… dos lágrimas
rodaron en mi rostro y te dejé partir en tu sueño, me descolgué mientras el
tren iniciaba su marcha, y te alejaste para siempre en ese maldito vagón
cubierta de amor y trigo.
Un año después, tengo la espera de tu llegada,
tengo la noche despierta… tengo la Estación de Pama en desconcierto a la espera
del tren que ha demorado más allá de mi paciencia… camino y no me entiendo,
avanzo y no me encuentro, recorro cientos de metros hacia el sur sobre los
durmientes calcinados, apestados en la conjunción de la piedra balastro, el
hierro y el polvo de los remolinos de la pascua… ¡¡¿cómo quiero ir al encuentro
de ese maldito tren?!!, para que me devuelva ese gran amor de verano que me
llevaste más allá de mi desgarrado discernimiento, que no pude detener, en mi
escasa comprensión del amor y, más allá de aquella línea sin límite de rieles
paralelos equidistantes, está mi esperanza y mi más profundo dolor por el
querer retenerte eternamente conmigo…